Julio Guinea, experto en relaciones internacionales y profesor de la Universidad Europea
“El Reino Unido ha tenido que asumir más cesiones técnicas que España”
El pacto alcanzado entre España, Reino Unido, Gibraltar y la Unión Europea representa un “punto de inflexión” y una “fórmula de gobernanza compartida que sustituye la confrontación por dosis de responsabilidad”, afirma el analista en relaciones internacionales y profesor de Derecho de la UE en la Universidad Europea Julio Guinea. En su opinión, en vez de enrocarse en el histórico contencioso de soberanía, abre una vía práctica que garantiza la libre circulación, refuerza la proyección europea y transforma el rol de España en la región.
Por Rafael Olea

Sin vencedores ni vencidos, según Guinea, el acuerdo rompe con la lógica de suma cero y ofrece un modelo de convivencia funcional que podría marcar un antes y un después en las relaciones internacionales tras el Brexit.
¿Qué valoración hace del acuerdo alcanzado entre España y el Reino Unido?
Verdaderamente positiva, porque la hago desde una perspectiva de concepción estratégica de la diplomacia moderna. Lo que estamos viendo es un pacto que resuelve aspectos técnicos, que inaugura una nueva arquitectura de relación transfronteriza y una relación nueva en lo económico, en lo político, con una zona que ha estado históricamente marcada por la fricción, por una ambigüedad jurídica, pues estaba en un limbo de un tratado de 1713 y un simbolismo nacionalista también muy importante, y todo el mundo hablando de Gibraltar español.
Lo que se ha alcanzado verdaderamente no es un tratado más, es una fórmula de gobernanza compartida que sustituye la confrontación por dosis de responsabilidad. Se consagra un principio que resulta esencial en las relaciones internacionales, que es que la soberanía no se diluye cuando se coopera, sino que se fortalece cuando se ejerce de una forma inteligente.
Durante décadas el contencioso de Gibraltar ha estado atrapado en esa narrativa de suma cero. O ganaba Londres o ganaba Madrid. No podían ganar las dos. El acuerdo rompe con esa lógica y demuestra que en un contexto post Brexit, donde hemos visto lo mal que ha quedado Gibraltar, fuera del paraguas comunitario, se ha podido articular una fórmula que permita su integración funcional en el espacio europeo a través de España, sin exigir renuncias unilaterales. No hay cesiones en materia de soberanía. Lo que hay es un diseño institucional que responde a las necesidades reales de los ciudadanos que viven a ambos lados de la frontera.
La verdadera virtud del acuerdo es que no va a imponer una solución, sino que las teje mediante una arquitectura compleja que tiene un profundo calado europeo. Y eso también es muy importante, pues se garantiza la libre circulación de personas mediante el desmantelamiento de la verja física y se sustituyen los controles fronterizos por un sistema de inspecciones conjuntas y de controles en el puerto y aeropuertos gibraltareños. Es decir, que España no renuncia a su función como frontera exterior del espacio Schengen, pero tampoco va a imponer su presencia de forma unilateral.
Ha habido críticas por no mencionar explícitamente la cuestión de la soberanía.
El modelo final es el resultado de una negociación, creo que bastante inteligente, para preservar la funcionalidad de la Unión Europea y su mercado interior sin alimentar agravios históricos. Hay personas que, desde posiciones conservadoras o ancladas en un nacionalismo de tipo emocional, consideran que el hecho de que no ondee la bandera española en el Peñón constituye una claudicación. Pero esto es una lectura muy superficial, propia de la política exterior del siglo XIX, que estaba más preocupada por las apariencias que por los efectos reales. La diplomacia del siglo XXI, especialmente la europea, se construye sobre el principio de cooperación eficaz, del reconocimiento mutuo de intereses y de la creación de espacios de gobernanza que eviten el conflicto. El acuerdo con el Reino Unido sobre Gibraltar encarna precisamente ese paradigma. No es una renuncia, es una afirmación de poder inteligente.
Este acuerdo de España, Reino Unido, Gibraltar y, cuadrándolo todo, la Unión Europea es una lección de diplomacia contemporánea
¿Cuál es la importancia del acuerdo para la Unión Europea?
No deberíamos de perder de vista la dimensión europea de esta negociación, porque España ha conseguido algo que muy pocos países han logrado en sus relaciones bilaterales con el Reino Unido tras el Brexit y es consolidar un acuerdo que refuerce los intereses de la Unión Europea sin debilitar la relación con Londres. Y lo ha hecho sin recurrir al enfrentamiento, sin maximalismos en la retórica y sin ceder en sus principios fundamentales. Esa es la política exterior que necesitamos, una política exterior de Estado de largo plazo, sin hipérboles y sin dramatismos. Este acuerdo de España, Reino Unido, Gibraltar y, cuadrándolo todo, la Unión Europea es una lección de diplomacia contemporánea. Ofrece un modelo de convivencia que se puede convertir en referencia para otras situaciones de soberanía compartida o de confederación transfronteriza.
¿Hay algún vencedor en la negociación? ¿Qué nación ha cedido más?
Plantear una negociación en términos de vencedores y vencidos es reducirla a una lógica bastante anticuada. Y es propio, como veíamos, del siglo XIX porque los tratados se firmaban con botines tras conflictos o con crisis, y lo que se ha alcanzado en Gibraltar no es un armisticio, sino una fórmula de convivencia, algo avanzada y fruto de una diplomacia madura. Eso es precisamente lo que está superando el marco binario de quién gana o quién pierde, que era donde antiguamente residía el éxito de un acuerdo. España no va a ver flamear su bandera en el Peñón, pero ha logrado que Gibraltar quede funcionalmente integrado en el espacio Schengen y en la Unión Aduanera Europea a través de nuestro país. Y eso no es un logro menor. Y el Reino Unido ha mantenido intacto su principio de soberanía, pero ha aceptado que el control fronterizo lo ejerzan agentes españoles y que el acceso de mercancías se canalice exclusivamente desde territorio español. Así que ambas partes han cedido, pero ambas partes han obtenido lo que verdaderamente importa: estabilidad, previsibilidad y un control funcional sobre una situación que durante décadas se mantuvo enquistada. Y dicho esto, ahora, si uno observa con atención la letra pequeña del acuerdo, podemos ver con argumentos que el Reino Unido ha tenido que asumir más cesiones técnicas que España porque ha aceptado una fiscalización indirecta sobre la colonia en aspectos aduaneros, fiscales, fronterizos y migratorios a través de una figura mediadora, la Unión Europea, representada por España, lo que rompe con su tradicional resistencia a cualquier injerencia y también ha tenido que renunciar a que el control de entrada a su base en Gibraltar sea exclusivo.
También recoge el acuerdo la importancia que tiene para los británicos su base militar
Sí, y de hecho, los militares británicos deberán identificarse ante la policía española, aunque sea de forma coordinada. Eso, en términos de protocolo y precedentes, supone una importante concesión. Y si lo miramos desde una perspectiva política e histórica un poquito más amplia, no podemos hablar de cesiones como derrotas, sino de un proceso de civilización institucional. España lo que no ha hecho ha sido abandonar su posición sobre la soberanía, pero ha optado por no convertir el acuerdo en un instrumento de reivindicar lo simbólico. Esa decisión que algunos sectores acusan de tibieza es en realidad madurez estratégica.
¿Cuáles son las implicaciones prácticas que tendrá la eliminación de la verja fronteriza para los trabajadores transfronterizos? ¿Y para la economía local?
Eliminar esta verja tiene profundas implicaciones en el plano práctico y en lo simbólico, en el día a día, en lo cotidiano. Se traduce en que hay una mejora sustancial en más de 10.000 o 15.000 personas, trabajadores españoles y varios miles de otros nacionales comunitarios que cruzan a diario la frontera para trabajar en Gibraltar.
El acuerdo permite una libre circulación fluida, sin esperas interminables, sin colas impredecibles, sin controles físicos que hasta ahora generaban pérdidas de tiempo y constante sensación de provisionalidad. El tránsito se va a realizar mediante un sistema de entrada y salida en el puerto y el aeropuerto del Peñón y ya no será necesario presentar documentación al cruzar la línea territorial terrestre. En términos humanos, esto ya es profundamente transformador y desde el punto de vista económico, las implicaciones todavía van a ser mayores, porque el Campo de Gibraltar, y especialmente La Línea, ha estado durante décadas en una situación de una dependencia con respecto al Peñón bastante paradójica. Se abre ahora hay una ventana de oportunidad para diseñar una cooperación transfronteriza mucho más sólida, regulada y con garantías de continuidad. La economía local se va a ver beneficiada de una circulación de personas y de bienes ordenada, sin la incertidumbre legal que nos encontrábamos cada día y con una mayor confianza por parte de los inversores.
La eliminación de la verja implica un reconocimiento de que las fronteras rígidas son una herencia del pasado y se abre la posibilidad para que La Línea y Gibraltar, lejos de ser polos antagónicos, se puedan comenzar a comportar como un único ecosistema laboral, comercial, sanitario e, incluso, educativo.
La eliminación de la verja implica un reconocimiento de que las fronteras rígidas son una herencia del pasado
¿Cómo afecta el acuerdo a la soberanía de Gibraltar y a las aspiraciones históricas de España sobre el Peñón?
No afecta. El texto es absolutamente claro en ese sentido, porque no se pronuncia ni altera la situación jurídica en el ámbito de la soberanía. No introduce mecanismos que pueden interpretarse como un reconocimiento tácito o una renuncia por parte de ninguna de las partes. Lo que se ha producido es un acuerdo de naturaleza práctica y funcional, orientado a garantizar el bienestar de la población y la continuidad de las relaciones económico-jurídicas en un contexto donde el Brexit ha sido la nota preponderante.
Por eso, las aspiraciones de España, que se basan en el principio de integridad territorial y en la resolución de las Naciones Unidas, que anima al diálogo sobre la descolonización, siguen intactas, pero no condicionan el presente. De hecho, cabría decir que este acuerdo representa un punto de inflexión. España ha optado por no supeditar toda su política hacia Gibraltar a la reivindicación de la soberanía, sino por ejercer un tipo de influencia más sutil y probablemente más efectiva y consistente en convertirse en la bisagra que conecta al Peñón con Europa. En otras palabras, España lo que ha hecho es que ha comenzado a ejercer soberanía, pero no reclamándola, sino facilitando la vida real de quienes viven bajo su sombra. Y en eso reside la grandeza de este momento. No es una victoria declarativa, sino una afirmación estratégica de poder mediante la diplomacia. Ahí está el verdadero éxito.
¿Podrían surgir conflictos durante la implementación del acuerdo?
La ejecución del Tratado va a requerir de la creación de mecanismos de coordinación permanentes entre las autoridades españolas, británicas, gibraltareños y comunitarias, lo que implica una logística institucional un poco compleja especialmente en materia de controles fronterizos, vigilancia de mercancías, personal policial y aplicación fiscal.
Cualquier fallo de sincronía, exceso de celo o interpretación unilateral podría dar lugar a tensiones o incluso a una paralización de los compromisos. Ese es el primer riesgo. El segundo es el político. Y es que pueden aparecer en sectores internos, ya sea en España, en Gibraltar o en el Reino Unido, que aprovechen cualquier disfunción para deslegitimar el acuerdo o exigir su revisión. Este acuerdo incomoda tanto a los nostálgicos del control absoluto como a los defensores de una soberanía sin matices. El tercer ámbito, donde puede a lo mejor descalabrar el acuerdo es el geopolítico. Cualquier alteración en el contexto internacional podría ser una crisis en las relaciones Unión Europea - Reino Unido o un cambio de gobierno en Londres o en Madrid podrían dificultar la implementación sostenida del acuerdo.
¿Qué impacto tendrá este acuerdo en la identidad cultural y política de los gibraltareños?
Gibraltar tiene una identidad compleja y sólidamente arraigada porque es una comunidad británica en el Mediterráneo marcada por una historia de resistencia frente a España, de autonomía frente al Reino Unido y de pertenencia en lo funcional con la Unión Europea. El acuerdo no va a alterar esa identidad, pero sí la matiza porque inserta a Gibraltar en el espacio Schengen a través de España, convierte a nuestro país en el garante de su conexión europea. Y se introduce una nueva dimensión, una relación cotidiana, legal e institucional con España, que no se construye desde la hostilidad sino desde la interdependencia.
Y eso puede generar un efecto simbólico a medio plazo. Yo no pienso que los gibraltareños vayan a renunciar a su identidad británica, pero probablemente comenzarán a percibir a España no como una amenaza existencial, sino como un vecino necesario, incluso como un interlocutor fiable. Y en términos culturales, esto puede traducirse en una mayor apertura al bilingüismo en una nueva generación menos marcada por el trauma del cierre de la verja o los bloqueos diplomáticos. Y no olvidemos que, en términos políticos, esto podría reforzar las posiciones pragmáticas dentro del liderazgo gibraltareño frente a esas voces más duras que tradicionalmente rechazaban cualquier interlocución con España.
España lo que ha hecho es que ha comenzado a ejercer soberanía, pero no reclamándola, sino facilitando la vida real de quienes viven bajo su sombra
¿Cómo se percibe este acuerdo en el contexto de la política interna británica, especialmente entre los sectores euroescépticos?
El acuerdo ha sido recibido con una mezcla de indiferencia institucional y malestar marginal. En Downing Street, el Gobierno británico lo ha presentado como una muestra de pragmatismo post Brexit, una solución razonable para evitar un nuevo punto de fricción con la Unión Europea.
Y desde esta óptica se percibe como un triunfo de la normalización frente a los riesgos del aislamiento. Pero en los sectores euroescépticos, especialmente entre los tories más ideológicos y los nostálgicos del Brexit duro, el acuerdo ha despertado una crítica que era de prever y que interpretan como una cesión encubierta a favor de Bruselas o incluso como una entrega parcial de soberanía porque se permite la presencia de las autoridades españolas en los controles fronterizos. No es una reacción mayoritaria, pero sí es ruidosa y conecta con el imaginario de un Reino Unido que se libera de ese corsé europeo y que reafirma su independencia.
Gibraltar ya no es una prioridad ni emocional ni geoestratégica para el electorado británico, como sí lo es para los españoles más conservadores. Y en el fondo de este acuerdo se ilustra algo fundamental, pues mientras el Reino Unido está intentando pasar página del Brexit, España ha sabido utilizar la negociación con Gibraltar como una pieza clave en su reposicionamiento europeo.
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