Espionaje en la II Guerra Mundial
La naturaleza oculta de Enigma
En 1923 se patentó la ingeniosa máquina de encriptación de mensajes llamada Enigma. A pesar de su fracaso inicial, el manejo de este artilugio supuso una ventaja para el ejército nazi al contar con un sistema de cifrado imposible de desencriptar, hasta que el matemático Alan Turing y su equipo, hace exactamente 80 años, hallaron la manera de descodificar los mensajes. Un hecho que, sin duda, cambió el curso de la historia.
Por Refugio Martínez
Al comienzo de la II Guerra Mundial, enormes armazones metálicos, incapaces de ser detectados, se movían bajo el agua ocultos a las miradas y a los radares. Tanto los submarinos alemanes ‘lobos grises’, que navegaban en ‘manada’, como los solitarios U-boot se paseaban por el Atlántico con la osadía de la invencibilidad. Esto supuso la hegemonía de la armada del Tercer Reich en las primeras etapas de la contienda internacional.
La inmunidad con la que los U-boot germanos se desplazaban a su antojo era debido a la capacidad del ejército alemán para comunicarse sin riesgo de que sus mensajes fueran descifrados por el enemigo. Esto fue posible gracias a una maquina capaz de encriptar los textos con un código endiabladamente complicado. El artefacto fue bautizado con el único nombre que podía estar a su altura: Enigma.
Al principio, Enigma no solo supuso un salvoconducto para la armada teutónica. Gracias al superpoder de poseer un ‘idioma’ ilegible para el resto del mundo, los alemanes transmitieron planes secretos al ejército de tierra y enviaron coordenadas exactas para que la aviación pudiera bombardear localizaciones concretas.
Los aliados, liderados por Alan Turing, desencriptaron las máquinas Enigma y pusieron en jaque al Tercer Reich
Pero, cuando los ingleses aprendieron a desencriptar los mensajes, las tornas se invirtieron y fueron estos, junto con el resto de los aliados, los que pusieron en jaque, esta vez mate, al Tercer Reich al completo. Los alemanes convencidos de la invulnerabilidad de Enigma nunca sospecharon que sus mensajes hacía tiempo que habían dejado de ser secretos.
Las primeras Enigmas
En el peligroso juego de espionaje que aconteció en la II Guerra Mundial, este artilugio con forma de máquina de escribir tuvo un papel crucial. Aunque nunca fue un arma convencional, pues no tenía capacidad de matar, fue capaz de dar una ventaja indiscutible a aquel que tuviera su control.
Los servicios secretos siempre han sido vitales en todas las guerras, pero fue en la primera gran contienda mundial cuando empezaron a proliferar todo tipo de juguetitos de cifrado destinados al espionaje. De esta afición, nacieron las primeras máquinas y, poco a poco, se fueron perfeccionando los sistemas de encriptación hasta sustituir, casi por completo, a los códigos escritos con papel y lápiz.
En 1917, Edward Hugh Hebern inventó el primer dispositivo de cifrado de mensajes, pero la verdadera revolución llegó con el creador de la primera máquina Enigma: Arthur Scherbius, quien registró la patente poco antes de que terminara la I Guerra Mundial
¿Cómo funcionaba?
La versión original, conocida con el nombre de Enigma A, fue presentada al mundo en 1923 en el Congreso Postal Universal de Berna, por un precio equivalente a 30.000 euros. En un principio, se diseñó para custodiar los secretos empresariales, pero fue un rotundo fracaso hasta que los militares germanos descubrieron su auténtico potencial. En los años próximos a la contienda, la Alemania de Adolf Hitler adquirió más de 30.000 modelos de las primeras Enigmas.
Una máquina Enigma tiene tres componentes. En primer lugar, un teclado con las 26 letras del alfabeto, en el que el emisor escribe el texto en claro, es decir, escribe de igual forma a como lo haría de manera tradicional. El segundo componente es el corazón de la máquina, el motor de cifrado propiamente dicho. Es el que se encarga de transformar la letra original en otra totalmente distinta. Está basado en sistema de rotores, es decir, pequeñas ruedas que tienen la propiedad de poder cambiar de posición para designar una letra u otra. El tercer y último elemento consiste en un panel de luz donde una serie de pequeñas bombillas ilumina la letra cifrada.
El proceso sería el siguiente: el mensaje que se quiere enviar se mecanografiaba con las teclas de una máquina de escribir que el aparato tenía en la parte delantera. Después de cada tecleado, una lámpara iluminaba, en un panel, otra letra que formaba parte del texto cifrado y el rotor giraba para que no se repitiese la operación.
Diseñada para preservar secretos empresariales, Enigma fue un fracaso hasta que los nazis descubrieron su potencial
Los giros de los rotores ponían en marcha un complejo enjambre de cables y conectores que propiciaban un número elevadísimo de combinaciones que solo podían ser descodificadas con otra maquina Enigma, con los rotores en la misma posición. Los mensajes nunca se enviaban con este mecanismo, ideado únicamente para realizar cifrados. Pero entonces, ¿cómo se apañaban los germanos para comunicarse sin apenas margen de error?
Aquí entraba en juego el operador de radio, que tras apuntar las letras que se indicaban en el panel luminoso, las enviaba por radio en código Morse. La máquina Enigma servía, tanto para cifrar como para descifrar por eso, el emisor y el receptor debían configurar de igual forma las posiciones de los rotores.
Recibido el mensaje cifrado por radio, el receptor de la comunicación era el encargado de descodificarlo. Como las conexiones eran las mismas, establecida una configuración el cifrado se podía usar de ida y de vuelta. Es decir, cuando se pulsaba una letra en el teclado se iluminaba la otra en el panel y viceversa.
El receptor primero debía teclear las letras del mensaje recibido y después apuntar en un papel los caracteres que se iluminaban en el panel correspondiente a cada una de las letras pulsadas. Así, el receptor tenía el mensaje en claro.
Alan Turing
Siguiendo con la filosofía de que cada uno cosecha lo que siembra, los alemanes sembraron tempestades y recolectaron enemigos por el mundo entero. Uno de estos adversarios fue Hans-Thilo Schmidt, quien resentido por cómo lo había tratado el ejército alemán, pasó a los aliados documentación de Enigma con la que pudieron fabricar una copia. Esta imitación sirvió para que aprendieran el funcionamiento de Enigma y, aunque en un principio no fue suficiente para resolver mensajes, sirvió de guía para dar con la clave en el futuro.
Fue en Bletchley Park (a 80 kilómetros de Londres) donde se trabajó día y noche, hasta desenmascarar a Enigma. No obstante, es de justicia reseñar que el equipo formado por más de 12.000 científicos y matemáticos ingleses, franceses y polacos, liderados por Alan Turing, no partía de cero, pues contaba con los grandes avances realizados por los polacos.
En Bletchley Park trabajaron 12.000 científicos para desencriptar los mensajes de Enigma
En aquella mansión victoriana reconvertida en cuartel general, Alan Turing pasó horas y horas con el objetivo de descubrir la aleatoriedad de las letras de Enigma, hasta que tuvo la ocurrencia de idear una nueva máquina, a la que llamó ‘Bomba’, formada por tres prototipos de Enigma con las posiciones de los rotores desplazadas.
Con el paso del tiempo, esta primera idea se fue perfeccionando y el uso de las bombas se generalizó hasta tal punto que se llegaron a descodificar más de 18.000 mensajes al día. Esta ingente cantidad de información hizo posible que, a menudo, las fuerzas aliadas conocieran las intenciones de los germanos, un as escondido en la manga que supieron utilizar hábilmente para que la balanza de la guerra se inclinara a su favor.
La finalidad y el sentido de ser de Enigma terminó con la derrota alemana. El último mensaje codificado, firmado por el almirante Doenitz, fue hallado en Noruega y rezaba de la siguiente manera: “El Führer está muerto. La batalla continúa”. Esta última incitación a la violencia, como un estertor desesperado de un condenado a muerte, había dejado de tener sentido. Los alemanes acababan de perder todas las batallas.
Hoy nadie duda del papel que jugó Enigma en su doble vertiente, ni de la importancia de los trabajos de los criptoanalistas de Bletchley Park, pues fueron determinantes para acortar la guerra. Lo que todavía resulta sorprendente es que los alemanes no hubieran sido capaces de descubrir la verdadera naturaleza de Enigma. A pesar de su conocida suspicacia, ¿cómo fue posible que nunca sospecharan que su máquina infalible estaba haciendo las funciones de un doble espía? A veces la prepotencia es nuestro peor enemigo.
Continúa Leyendo
"El rock está más vivo que nunca"
Por Rafael Olea
La hazaña del coro de Fuentearmegil
Por Daniel Alonso
Taylor Swift y su impacto en la economía madrileña
Por Rafael Olea / Blanca Lázaro. Foto: Album / Tampa Bay Times/ZUMA Press Wire
Desmontando el mito: la autenticidad de la amistad juvenil en la era de las relaciones líquidas
Por Beatriz Martín Padura, directora general de Fad Juventud