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Luis Mateo Díez, Premio Cervantes

“Soy el niño que escribía y escuchaba cómo su maestro le leía El Quijote”

Luis Mateo Díez nació en un pueblo minero de León (Villablino, septiembre de 1942). En su escuela conoció las primeras letras, las que le marcaron antes de bajar a la ciudad, a León, con solo 12 años. Con 19 años migró a la capital, a Madrid, para estudiar Derecho y, en 1969, ganar una oposición al Ayuntamiento de la ciudad. Es miembro de la Real Academia Española (RAE) desde el año 2001, con el sillón ‘I’; dos veces Premio Nacional de Narrativa; dos Premios de la Crítica y, en 2023, elegido Premio Cervantes.

Por Mercedes Leal / Chema P. Ampudia

05/08/2024
Premio Cervantes

El Premio Cervantes nos atiende en el madrileño espacio Bertelsmann antes de participar en la entrega de los Premios Tiflos de Literatura de la ONCE, de los que es jurado hace más de veinte años. Lleva bien sus 81 años a pesar del trajín de las últimas semanas con el Cervantes y su nueva novela El amo de la pista; de pronto, se transforma en una especie de duende contador de historias, en un tejedor de palabras con una hilazón sonora y profunda, en la que mezcla los actuales días de gloria y premios con aquel niño de la montaña leonesa a quien una tradición, que el maestro leyera en voz alta en la escuela (seguramente porque no había libros para todos) le generó un profundo interés por la escritura. “Soy el niño que escribía y que escuchaba cómo su maestro le leía El Quijote”, dice, el libro y la historia que le marcó de por vida y que llevó hasta su querida Celama.

“Soy un escritor con la conciencia medianamente clara de lo que quería escribir. He tenido cierta lucidez en mi trayectoria, que es la de alguien que quiere ir describiendo su mundo personal, perfilando un estilo, una manera de contar las cosas o de escribir. Y bueno, eso me ha llevado un tiempo... Son ya muchos años detrás de ello”, confiesa, después de reconocer que la noticia del Cervantes le pilló en una ligera duermevela, esto es, echando una agradable siestecita.

Luis Mateo Díez.
Luis Mateo Díez, premio Cervantes. © José Ramón Ladra / C. Sayago.

¿Le ha cambiado algo la vida la concesión del Cervantes?

Cambiar la vida no, pero claro, es un reconocimiento muy importante; sería absurdo que yo dijera que estoy un poco abstraído de este tipo de reconocimientos y de conmemoraciones. Esto me involucra mucho porque, en alguna medida, es un punto de llegada, donde me aguardaban algunas recompensas, aunque en mi caso tampoco yo me hacía previsiones especiales de ello. Pero cuando estas cosas llegan son muy complacientes, y sobre todo contribuyen a darte seguridad en lo que he hecho, en lo que hago y en lo que voy a seguir haciendo.

Y hablando de hacer, ¿qué estaba haciendo cuando recibió la noticia de que había ganado el premio más importante de las letras españolas?

Yo creo que estaba, por la tarde, ligeramente adormecido y sin ningún tipo de expectativa especial. Este premio, al que tampoco podía ser ajeno del todo, porque cabía la posibilidad de que algún día me dijeran que me lo habían concedido, supuso cierta sorpresa para mí. También me sacó un poco de quicio. ‘Pero bueno, ¡qué es esto! ¿Cómo me llaman a mí para esta cosa tan importante?’, pensé.

Su discurso en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá para recoger el premio fue una reflexión sobre su poética. ¿De dónde viene como escritor, hacia dónde se ve...?

Me veo en la distancia de donde empecé y en el discurso de entrega me pareció que era el buen momento para reflexionar sobre eso, de dónde viene uno, de dónde vengo como escritor. Y hasta esa tribuna, yo reconocía que venía de muy lejos, de un niño que escribía en un mundo de postguerra, de una infancia perdida en un valle perdido en aquellos años... O sea, de muy lejos. Hay una distancia que tracé a modo de gran recorrido a través del recuerdo, de la memoria, y de cómo se iban iluminando todos esos trances desde un niño escritor hasta un escritor ya comprometido.

"En nuestra lengua siempre ha habido mucha creatividad"

El Quijote le marcó y es uno de sus referente pero, sobre todo, ¿cómo lo descubrió?

Sí, porque aquel niño escritor, en una escuela graduada de los años cuarenta, tuvo la suerte de tener unos maestros que le leían cosas en el aula. No es que me hicieran leer, que también me incitaban a la lectura, pero tenían una pedagogía muy peculiar, que era la de incitar a la lectura escuchando cómo alguien leía esos textos, en este caso, mi maestro. Y ese, para mí, es un recuerdo imborrable que marcó mi vida y, por lo que se ve con este premio, también mi destino. Era un niño que escuchaba cómo le leían Don Quijote de la Mancha en una edición adaptada para ellos, y cómo concebía un héroe peculiar y especial que iba a formar parte de mis héroes personales y literarios, de la gente para mí emblemática y querida.

Hablando de recuerdos y dado que estamos en la entrega de los Premios Tiflos de literatura, ¿cúal es su primer recuerdo de la ONCE?

Desde la lejanía, recuerdo que el mundo de la ONCE pertenece sobre todo a mi juventud en León, a una realidad provinciana, de los vendedores en la calle vendiendo los iguales. Lo mantengo en el recuerdo con una aureola de algo muy benéfico. Como una empresa preocupada por gente discapacitada... Son recuerdos que forman parte de mi adolescencia. Y diría que aquel proyecto un poco lejano se transforma y se ha convertido en una organización referencial. Conozco su preocupación por la promoción cultural y social de sus gentes. Ese empeño benéfico que tenía cuando yo era joven tiene ahora, para mí, una particular grandeza, lo que a todos nos resulta muy respetable y muy honorable.

Participar en jurados como este de los Tiflos de Literatura, entre otros, ¿qué le aporta como persona y como escritor?

Bueno, pues la pura experiencia de haber sido jurado durante tantos años…me remite muy lejos y me acuerdo por aquí de colegas como Caballero Bonald, Pepe Hierro, de antecedentes de jurados que también obtuvieron el Cervantes, por lo que yo no soy aquí, en los Tiflos, especialmente extraño. Me gustan estos premios porque han tenido siempre un marchamo fuerte de independencia y de búsqueda de nuevos valores, de descubrimiento de escritores, tanto en el mundo de las personas con discapacidad, una revelación para mí, como en general en la poesía, la novela o el cuento.

También me ha permitido convivir con otros jurados que, por otro lado, han otorgado a estos premios una aureola de prestigio, que les ha dado seriedad e independencia; y de eso siempre se aprende, de leer muchas cosas anónimas que llegan a tus manos y de las que vas desgranando las que te parecen mejores.

¿Hay buena cantera de escritores en España?

Claro. Hay una cantera enorme, tanto como nuestra lengua, que es infinita. ¡Cuántos originales llegan a los Tiflos! La literatura es un mundo extremadamente amplio y hay mucha creatividad. En nuestra lengua siempre ha habido mucha creatividad y se ve en todos los estamentos y premios.

 

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