Edurne Pasaban
“Es difícil explicar por qué queremos seguir escalando montañas después de haber perdido compañeros”
La primera mujer en conquistar los 14 ‘ochomiles’ del mundo, Edurne Pasaban, es mucho más que una leyenda del alpinismo. Es madre, conferenciante y fundadora de una ONG que transforma la vida de niños en Nepal. También es un símbolo de la importancia de la salud mental. Tras enfrentarse a una profunda depresión en medio de su hazaña, hoy comparte su experiencia y herramientas para superar las adversidades más difíciles.
Por Carolina Martínez

Edurne Pasaban, la primera mujer del mundo en subir los 14 ‘ochomiles’, no es solo un referente del alpinismo internacional. Es muchas más cosas: madre, conferenciante, fundadora de una ONG que ayuda a escolarizar y mejorar la vida de cien menores en Nepal, y es también un referente fundamental en la importancia de atender nuestra salud mental. Ella, la mujer que hizo cima en las montañas más duras del planeta, cayó en una profunda depresión y un día de Reyes, a medio camino de lograr su hazaña, cuando llevaba ya nueve de los 14 ‘ochomiles’ conquistados, pidió a sus padres que la ingresaran en un centro para sacarle “ese peso que le oprimía el pecho”. Cuenta que esa ha sido la montaña más dura de su vida. Edurne ha dejado las grandes expediciones. La maternidad ha cambiado sus prioridades y no quiere asumir esos riesgos. Pero la montaña la acompañará siempre. Afincada en el Vall d’Aran, contesta a esta entrevista desde un escritorio con vistas a la montaña tras la primera nevada de la temporada. Está contenta: empieza la temporada de esquí.
En la montaña, ¿qué considera que es lo más importante para sobrevivir? La fortaleza mental, los compañeros, la preparación física…
Uf, me lo pones difícil, porque creo que es un mix de muchas cosas. Para mí los compañeros son imprescindibles. Creo que nos pueden ayudar cuando la fortaleza mental y la física nos fallan. Ellos están ahí.
¿Qué es lo que más valora de un compañero en la montaña?
Yo lo que más valoro en la montaña es que sea buena persona. Siempre diré que he podido escalar con los mejores alpinistas del mundo, pero para mí las mejores personas son esas que nunca me han dejado tirada cuando más las he necesitado. Que sean compañeros de cordada, buena gente, que quieran ayudar o ayuden por encima del objetivo y el reto que vayamos a conseguir.
“Pensamos que la cima es el objetivo final, pero no lo es. Entonces te das cuenta de que queda la bajada de toda esa montaña”
¿Y qué es lo que menos? Es decir, ¿con qué clase de persona no iría nunca a la montaña?
Con una persona que pone sus sueños, sus retos, su ambición, por encima de todo lo demás. Con una persona que sea así no iría nunca a la montaña, aunque sea el mejor alpinista del mundo.
¿Qué siente al llegar a la cima?
Pues mi gran sensación al principio fue decepcionante. Porque pensamos que la cima es el objetivo final, pero no lo es. Entonces te das cuenta de que te queda la bajada de toda esa montaña. Aquel sueño que te has hecho de llegar a la cima y llorar y festejar no es verdad. Allí realmente puedes estar muy pocos minutos. Te queda toda la bajada, que muchas veces es más peligrosa. Puede ser un poco decepcionante.
Ahora, ¿cómo es su relación con la montaña después de haberlo logrado todo? ¿Echa de menos encarar un proyecto ambicioso como un 8.000?
Sí echo de menos aquella vida, echo de menos aquella adrenalina, aquellos viajes. Sigo a muchos amigos que continúan haciendo lo mismo y me dan envidia. Pero, bueno, creo que es una etapa diferente de la vida y que mi relación con la montaña es otra ahora mismo. Vivo en las montañas, no puedo estar sin hacer montaña.
¿Cuál ha sido la montaña más difícil?
De los catorce ochomiles, creo que la más complicada fue el K2, porque de allí bajé con congelaciones y estas cosas. Lo que pasa es que en el Kanchenjunga casi pierdo la vida, porque en la bajada mi cuerpo se agotó completamente. Estoy aquí gracias a mis compañeros, que me bajaron. Pondría esas dos: el K2, porque es una montaña complicada y nos costó, y el Kanchen, cuando tienes toda la experiencia y encima te pasa eso. Eso me ha enseñado también que no debemos desmerecer a ninguna montaña y que no hay que bajar la guardia en nada.
La gente que no hacemos montaña no nos podemos imaginar ese momento en que dice “ya no puedo más”.
Puede ser como cuando te da una pájara al entrenar o hacer ejercicio. Pero allí arriba, súmale la falta de oxígeno, la situación en que estás y que no puedes, que eres un trapo. Y entonces te abandonas de tal manera como cuando ves documentales o películas, de estas que hemos visto todos de montaña, y ves que la gente se queda allí. Es todo, la cabeza, la somnolencia, la falta de oxígeno… Hay muchos factores. Te vas abandonando poco a poco.
En la montaña ha sufrido pérdida de amigos y compañeros. No sé si puede hablar de esto, de cómo lo ha superado, aceptado...
A veces me es difícil explicar a la gente de a pie que no ha hecho montaña como nosotros, después de perder compañeros con los que escalaba desde los 14 años, por qué seguimos. Porque nos apasiona esto, nos gusta, es parte de nuestra vida. Es difícil de entender si no lo has probado nunca. Pienso que mis compañeros hubieran hecho lo mismo y me hubiera gustado que hubieran hecho lo mismo ellos también.
El mayor accidente que me ha pasado fue en los Pirineos. Íbamos cinco amigos que escalábamos juntos de toda la vida, los que salíamos el fin de semana a hacer entrenos. Volvimos solamente dos, Asier, mi primo, y yo. Mis tres compañeros fallecieron. En el funeral, recuerdo que el padre de uno de ellos, que había perdido al hijo, se acercó y me dijo ‘mira Edurne, yo ahora me voy porque tengo que dar de comer a mis ovejas, porque la vida continúa y tu vida también tiene que continuar’. Cuando el padre de una de esas personas, delante del féretro de su hijo, te da esta lección de vida … Es que tenemos que seguir.
“Nuestra sociedad tiene que cambiar mucho. Si dejáramos de juzgar, la gente pediría más ayuda”
Después de un accidente tan grave, ¿Se replanteó dejarlo?
No, la verdad es que nunca me he replanteado dejarlo, nunca, pero ahora con un niño, al ser madre, con una responsabilidad mayor, veo las cosas muy diferentes. Antes era yo, tenía mi familia, mis padres, mi hermano y estas cosas, pero no dependen de mí, aunque sufran mucho dolor, si pierden a su hija o a su hermana; pero un hijo es una responsabilidad muy grande para mí ahora mismo.
¿La maternidad ha cambiado su relación con la montaña?
Sí, en ese aspecto, en el tema del riesgo, en cómo gestionarlo, cómo enfrentarse a cosas. Antes no pensabas, ibas al Himalaya y no piensas que no vas a volver, o que te puedes caer, o que puede caer una avalancha, pero ahora sí te las planteas y las piensas. ¿Y si pasa? ¿Y si esto? ¿Y si no vuelvo? ¿Y esto cómo se queda? Yo nunca pensé, cuando fui antes al Himalaya, cómo se iban a quedar mis padres o mi hermano, o sea, nunca me imaginé aquello, y ahora sí me lo imagino. Cambia mucho.
Logró sus 14 ‘ochomiles’, y luego vino la maternidad, pero ¿ha renunciado a algo por la montaña?
Creo que no, porque para mí renunciar es que te cuesta hacer algo... Quizás ser madre más joven ha sido lo único, porque sí que tuve un instinto de maternidad desde muy joven, desde los 30 años. Sin embargo, si volviera atrás, creo que haría todo igual.
“Llegué a ese extremo de intentar quitarme la vida por desconocimiento de la propia enfermedad o del propio problema que tenía”
Habla abiertamente de la depresión, y de hecho se has convertido en un referente, ahora que hablamos tanto de salud mental, pero cuando la tuvo este tema no se abordaba con la misma facilidad. ¿Cómo fue ese momento de decir tengo depresión?
Lo dije más o menos en el año 2010, cuando escribo el libro Catorce veces ocho mil. Ahí lo hablo con bastante transparencia. En aquel momento, cuando lo sufrí, no lo identificaba como un problema de salud mental ni como una depresión. En aquel momento lo identificas como una tristeza sin más. Mis padres pensaban, mi hija está triste, no mucho más.
El desconocimiento del problema y el que fuera un tabú, hizo que no supiéramos cómo actuar. Yo no sabía, pero ¿y mis padres? Tampoco sabían cómo solucionar esto. Llegué a ese extremo de intentar quitarme la vida por desconocimiento de la propia enfermedad o del propio problema que tenía.
Y luego ya ingresa, ¿lo decide usted?
Es por propia voluntad, sí. De hecho, a mis padres les digo, por favor, haced algo para sacar este dolor que tengo en el pecho, que me saquen esto de aquí. Tiene que haber algún sitio que me quiten este dolor que tengo. Era complicado hacer ver esto en el año 2006, hace 18 años.
Sin embargo, tomó la decisión de ingresar. En ese sentido, era algo positivo, estaba reconociendo o viendo el problema.
Claro, hay muchísima gente que a lo mejor no lo ve, no es capaz de decir, necesito ingresar, ¿no? A mucha gente también le da vergüenza tomar ese tipo de decisiones. Y yo en ese momento, empezaba a ser una persona reconocida en el deporte. A mí, sin embargo, eso me daba igual. Muchas veces tenemos miedo a que nos juzguen. Muchas personas tienen miedo a perder el trabajo. Nuestra sociedad tiene que cambiar mucho. Si dejáramos de juzgar, la gente pediría más ayuda. Yo tuve la suerte de que al lado de casa de mis padres vivía el médico de familia de toda la vida. Un señor mayor que había sido médico de mis abuelos, de mis padres. Y fue superclaro, dijo: ‘Esta chavala tiene que ingresar’. Y a mí aquello no me sonó mal. Pensé, sí, por favor, metedme en algún sitio que esto quiero quitarlo, no puedo vivir así con este dolor.
“Pensé, sí, por favor, metedme en algún sitio que esto quiero quitarlo, no puedo vivir así con este dolor”
¿Y esa depresión que tuvo cree que fue consecuencia de la montaña o, al contrario, que la montaña ha ayudado a superarla?
Creo que la montaña me ha ayudado a superarla, pero en aquel momento creía que era la culpable. Pero una depresión y un bajón tan grande como el mío no viene causado por un motivo en concreto. Yo era una niña muy dependiente de mis padres cuando era pequeña. Y luego, a los treinta años, en el año 2006, tuve un desamor muy grande, que me metió en un agujero del que no sabía cómo salir.
A mí me ha ayudado muchísimo que los médicos me dieran un diagnóstico. Te ponen un título: tú eres afectivamente dependiente de las personas. Entonces da igual que pierdas a alguien por muerte, porque te ha dejado un novio o lo que sea, vas a caer... y tienes que estar muy atenta con esto. Por ejemplo, te duelen más las críticas. Me he tenido que ir forjando, forjando, forjando.., y reconocer qué es lo que me duele, qué es lo que me puede hundir hasta lo más profundo. Saberlo es superimportante.
Después de haber estado en la élite del alpinismo, ¿cómo vuelve a llenar su vida? ¿Cómo le dota de sentido?
Es difícil. Un poco de miedo sí tenía: encontrar un poco el sentido de la vida cuando te has dedicado tan duro o tanto tiempo a una cosa. Ahora me gusta mucho lo que hago: me formé como coach, estudié y me dedico a dar conferencias. Me gustan las personas, comunicar y ayudar si se puede, pero estos años no han sido fáciles. Creo que la familia y el niño llena mucho. No digo que no echo de menos aquello, lo echo de menos, pero vivo feliz, he encontrado el equilibrio.
Háblenos un poco de su fundación. ¿Por qué decidió crearla?
Porque hemos conocido a mucha gente del Himalaya que necesitaba ayuda. Decidimos que la educación era lo mejor que podíamos hacer. Con 7 u 8 años, los niños pueden empezar a llevar carga y así contribuyen con unas rupias en casa. Tenemos una escuela en Katmandú, donde viven 100 niños apadrinados de todo Nepal desde los 4 ó 5 años hasta la universidad.
¿Cómo ve el colapso del Everest, esa basura y esas avalanchas de gente?
Se ha perdido todo el romanticismo. Veo las habitaciones que tienen ahora en los campos base, y pienso en cómo dormíamos nosotros en el suelo durante dos meses… Ahora tienen colchones y oxígeno desde el principio. ¿Cómo se puede comercializar una cosa así? Son los propios nepalíes, pero serán cuatro, que están haciendo un montón de dinero, y ni siquiera pagan bien a sus compañeros.
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