El comercio local se desvanece entre alquileres altos y cadenas globales

El ocaso del comercio tradicional

Miles de tiendas tradicionales cierran en España ante la presión de grandes marcas, el encarecimiento de los locales y la falta de relevo generacional

Por Daniel Alonso Viña

15/10/2025
La tienda de José Ramírez, constructor de guitarras, cerrada

El fondo de una librería repleta de viejos libros de segunda mano en pleno barrio de Chamberí, en Madrid, hay un hombre delgado, moreno y de mirada atenta que ayuda a los clientes que entran como si le fuera la vida en ello. Se llama Daniel y nació hace más de cincuenta años (no quiere precisar ni el apellido ni la edad) en México, país del que salió un buen día con una pequeña maleta, un poco de dinero en la cartera y muchas ganas de ver el mundo. Recorrió Europa durante años y terminó en España, donde se instaló hace más de veinte años. Montó una librería porque tenía que montar algo y porque, dice: “Tengo buena memoria y soy buen lector”. Ahora, este antiguo explorador de la vida y las pasiones del ser humano es experto en las desgracias de Madrid y, sobre todo, en la desaparición del comercio local tradicional que caracteriza barrios como este.

“Yo no he tenido ningún problema, pero las dificultades son enormes”, explica. “Hay muchísima presión. A nivel estatal te cobran muchísimos impuestos, y a nivel privado, yo estoy aquí de alquiler y solo me suben el IPC (Índice de Precios al Consumo), pero como quieran ganar más y subir el alquiler todo lo que se podría en esta zona, me tengo que ir. Estamos entre la espada y la pared”. La subida de los precios de la vivienda y, por tanto, del alquiler de pisos y locales, está expulsando al pequeño comercio tradicional —ferreterías, bares, tintorerías, cristalerías y cualquier otra tienda que ofrezca un servicio específico, útil y despojado de cursilerías— de los lugares donde vive la gente. “Vamos hacia la homogeneidad”, analiza Daniel, “van metiendo presión con el precio del alquiler hasta que consiguen echarnos”.

“Es, sencillamente, una sangría”

La sangría del comercio local se ha tornado devastadora e irreversible: en los últimos doce meses desde marzo han cerrado 9.739 pequeños comercios, sobre todo en regiones como Castilla y León, Cataluña, Andalucía y Galicia, según la Unión de Asociaciones de Trabajadores Autónomos y Emprendedores (Uatae). Casi 28 comercios echan el cierre cada día en España. “Cada cierre no solo representa la pérdida de un sustento económico, sino también la desaparición de un punto de encuentro, un elemento de cohesión social y de identidad local”, defiende María José Landaburu, secretaria general de Uatae. Un informe de la  Fundación BBVA recoge que entre 2019 y 2024 han desaparecido casi 50.000 establecimientos de comercio minorista en todo el territorio nacional. “Es, sencillamente, una sangría”, sentencia la experta.

Pelea desigual

Las causas de la debacle son múltiples, pero todas apuntan en una dirección: la desigualdad entre la capacidad del comercio local y las grandes cadenas que vienen a ocupar su lugar. El comercio electrónico, la subida del coste del alquiler del establecimiento y la falta de apoyo de las instituciones son algunas de las razones, según Landaburu, que explican la desaparición paulatina de estos locales. La organización de autónomos ha calculado que el 60 % de los pequeños comercios podrían desaparecer en los próximos años si no se contemplan medidas para frenar esta dinámica. “Necesitamos un plan de rescate que contemple ayudas directas, reformas que impulsen medidas de relevo generacional y herramientas para digitalizar el comercio local”, defiende la profesional.

Un cartel publicitario oxidado de "Alimentación Antonio Medina"
Jose Ignacio Gil

Chamberí está cambiando a pasos agigantados. Todavía queda suficiente gente mayor adinerada como para sostener pequeñas tiendas donde arreglan la ropa, ferreterías y churrerías antiguas, tiendas donde fabrican muebles o ponen marcos a los cuadros recién comprado. Pero, poco a poco, esas van dejando paso a la última cadena de taquerías de moda, cafeterías de especialidad donde los más mayores ya no son bienvenidos —sillas incómodas, tabla de productos incomprensible, precios prohibitivos— y restaurantes de comida nueva como el poké que triunfa en las redes sociales. Al lado de su librería de segunda mano, Daniel tiene un gimnasio de crossfit, una cafetería donde solo ponen café de especialidad y una tienda con una pancarta vieja donde arreglan ropa. Son los contrastes y las contradicciones de un barrio que está en pleno cambio hacia un lugar indeterminado, menos auténtico.

“Es triste porque vamos hacia la homogeneidad, hacia un barrio en el que todas las tiendas son iguales. Porque aquí, si cada uno tiene su tiendita, cada uno tiene su personalidad y eso se nota en el producto final. Y aunque no tengas personalidad, vaya, es casi inevitable. Claro que sales a la calle y ves que hay mucha gente parecida, pero cada uno tiene sus tics inevitables, sus pequeñas cosas”, defiende Daniel.

“Vamos hacia la homogeneidad”

“En cambio, las cadenas tienden a robotizarlo todo. Si no te conviertes en un robot y te vistes y te comportas de cierta manera, te echan. Es por la marca, así le dicen ahora, la homogeneidad que requiere la marca”, sentencia. Cada una de las grandes cadenas multinacionales de comercio u hostelería tiene su marca, y replica su forma de atender a los clientes, de vestir, de cobrar... en cada uno de los locales que abren en el barrio.

No muy lejos de la librería de Daniel está la tienda de carpintería de un señor que ni siquiera quiere dar su nombre. Tampoco se presta a hablar demasiado. Lleva el brazo vendado y no parece muy entusiasmado de participar en el reportaje. Pero al final dice: “No, no quiero hablar, pero la situación es muy difícil”. Poco después entra un cliente, muy mayor, conocido de la tienda, al que saluda con un “buenos días” y atiende con la mayor atención y simpatía de la que es capaz.

Más allá de Madrid

Esta situación no es exclusiva de la capital. El centro de Valladolid se ha convertido con los años en una pasarela de lo que viene de fuera para conquistar al consumidor local.

Apenas quedan establecimientos tradicionales. Tous (tienda de complementos y joyería), Women’s secret (tienda de ropa interior femenina), Orange (tienda de telefonía), Movistar, PhoneHouse, Carrefour, Zara, Starbucks, etc. Pasear por aquí es como pasear por cualquier otra calle comercial de cualquier otro centro de ciudad de cierto tamaño, en España o en el extranjero. Ya en los márgenes se puede encontrar alguna tienda que aguanta el paso del tiempo como si no existiera la inteligencia artificial, el comercio electrónico o los móviles.

En un cartel antiguo y deteriorado todavía se puede leer Cano Cornejo. Estefanía, una dependienta que lleva más de veinte años trabajando aquí, da en un momento la clave del negocio: “Sobre todo viene gente mayor, gente muy mayor que a lo mejor se traen a los nietos”. Efectivamente, la tienda parece especializada para ese grupo de población: zapatillas estéticamente insulsas con un refuerzo para andar mejor, calzado para estar en casa, de ese tan característico de la abuela que vive en el pueblo... En general, una tienda que prioriza la comodidad del producto por encima del gusto estético. Y todo a precios relativamente bajos. Las señoras mayores entran, miran, se prueban un par de zapatos de tacón, cogen la talla que necesitan, pagan y se van. Los señores van directos a por las zapatillas de estar en casa que llevan utilizando toda la vida, pagan y se van.

Una antigua huevería convertida en un local, cerrado

En la calle Mantería, una arteria comercial un poco más apartada del centro más turístico, sobreviven muchas tiendas de barrio, sobre todo de ropa y alguna de tecnología. También están con el agua al cuello. “Aquí la gente ya tiene su clientela de confianza, que son señoras que siempre van a comprar al mismo sitio”, asegura el dependiente de una tienda que vende de todo, desde vestidos para mujeres hasta mochilas de niño para el colegio, pasando por joyas y colonias. El objetivo es que la señora entre a comprar un vestido y salga con muchas más cosas, pero no está siendo fácil. Son las 12 de un viernes y no hay mucha gente en el interior. “Tiramos como podemos”, dice, sin dar muchas claves sobre los problemas específicos del negocio.

El salto digital

Las generaciones más jóvenes cada vez compran más a través del móvil, y eso está dejando atrás a las tiendas de barrio, que tienen mucha menos capacidad para escalar su negocio y montar un espacio digital donde se puedan comprar sus productos con facilidad.

“La digitalización ha intensificado la competencia”

“Los autónomos están en el centro de una tormenta perfecta. El comercio electrónico, especialmente el de las grandes plataformas, ha generado una competencia muy difícil de afrontar para quienes no tienen los recursos ni la capacidad logística de estas corporaciones”, defiende Landaburu.

“No estamos en contra de lo digital”, añade la representante de la organización de autónomos, “pero el pequeño comerciante necesita herramientas, formación, acompañamiento y, sobre todo, un marco regulador que garantice una competencia justa. Hoy por hoy, muchos pequeños comerciantes están vendiendo por internet con márgenes mínimos, mientras las grandes plataformas continúan acumulando beneficios con condiciones laborales y fiscales que distorsionan el mercado”.

Hay aplicaciones que están intentando poner solución a este problema. En los últimos años han surgido múltiples iniciativas digitales para reforzar el comercio de proximidad, muchas con respaldo institucional. La plataforma Comercio Conectado, lanzada por el Gobierno en 2024, ofrece formación, acceso a ayudas y comunidades de práctica para pequeños comerciantes. Herramientas como Cesta, desarrollada por la Universidad de Valladolid, permiten a los negocios obtener datos sobre ocupación de locales, perfil de clientes o nivel de digitalización, con el objetivo de orientar decisiones estratégicas. A escala municipal, ciudades como Irún han rediseñado sus portales comerciales con retransmisiones en directo desde las tiendas.

Una verja verde de un local cerrado con una cadena

En entornos rurales o comarcales, proyectos como MercaMayor en la localidad de Campillo de Arenas (Jaén), financiado con fondos europeos, combinan un marketplace digital, taquillas inteligentes, showroom gastronómico y un espacio de coworking para fomentar el emprendimiento. El balance de estas experiencias es desigual. Allí donde existe un trabajo coordinado entre instituciones, comerciantes y clientes, las plataformas logran generar visibilidad y nuevas ventas. Sin embargo, muchas iniciativas fracasan por falta de mantenimiento, escasa promoción o por no integrarse en la rutina del consumidor, que sigue optando por grandes marketplaces.

La digitalización ha intensificado la competencia”, analiza Rafael Torres, presidente de la Confederación Española de Comercio (CEC). “Especialmente por parte de grandes operadores de venta online que operan bajo condiciones muy distintas a las del comercio de proximidad”. Los jóvenes tampoco parecen muy comprometidos con la causa. Por un lado, como advierten desde la CEC, porque no hay relevo generacional. “Eso compromete la pervivencia de este modelo comercial”, dice Torres. Por otro lado, su vida cada vez más digital es poco compatible con el ejercicio de pasear por el barrio descubriendo las tiendas que tienen ese producto que se acaba de pedir en Amazon. Aunque Daniel no les culpa: “Es un proceso natural de la vida, porque uno siempre mira atrás y dice ‘nosotros éramos mejores’, pero no, también cometimos errores. Cada generación comete sus errores… así que cuando los veo pagar todo en efectivo y comprar solo por internet pienso ‘ah, ya aprenderás de tus errores’”.

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