Alfredo González Ruibal, Premio Nacional de Ensayo por su obra ‘Tierra Arrasada’

“El conflicto violento solo surge en casos extremos”

Acaba de ser galardonado con el Premio Nacional de Ensayo por Tierra arrasada: un viaje por la violencia del Paleolítico al siglo XXI. Una obra que, según destaca el jurado, nos permite “oír las voces habitualmente silenciadas en el relato frío y convencional de las guerras, elevando la categoría de la arqueología de ciencia a ética”. Hablamos con Alfredo González Ruibal de este reconocimiento y de su obra, que sitúa a la especie humana frente a su propio espejo.

Por Meritxell Tizón

23/12/2024
Batalla.

Alfredo González Ruibal reconoce que este galardón, otorgado por el Ministerio de Cultura, fue “toda una sorpresa” ya que, en general, “no pensamos en la arqueología como un formato para la reflexión como el ensayo, sino que la asociamos más con la literatura, la filosofía u otras ciencias”.

Por este motivo, el arqueólogo admite que, además de ser un “honor enorme”, recibir este premio le produce “una especial satisfacción” porque es una forma de reconocer esa capacidad de la disciplina a la que ha dedicado toda su vida, “no solo de descubrir cosas más o menos interesantes sobre el pasado, sino de construir un relato reflexivo y crítico sobre ese pasado”.

Entre la atracción y la repulsión

Doctor en Arqueología Prehistórica y científico titular en el Instituto de Ciencias del Patrimonio (Incipit) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Alfredo González Ruibal recuerda que su interés por la guerra comenzó en la infancia, siendo un tema que le producía tanta fascinación como repulsión.

“Como a muchos niños, el mundo de las armas y las historias y películas bélicas me fascinaban, pero, al mismo tiempo, al ser una persona esencialmente pacífica, el conflicto, la guerra y la violencia me producían un rechazo enorme”, reconoce.

"Estudiar las guerras nos permite entendernos como seres humanos y también a nuestras sociedades"

Es en esa contradicción entre la atracción y la repulsión donde, a su juicio, se encuentra el germen de su interés por la arqueología del conflicto, especialidad a la que ha dedicado gran parte de su vida profesional. “Es muy habitual entre los investigadores acabar estudiando cosas que, por algún motivo, te aterrorizan, preocupan o producen rechazo. Quieres entender cómo es posible que existan; en este caso, cómo es posible que exista esa forma extrema de conflicto que es la guerra”, reflexiona.

Durante los últimos 20 años, el arqueólogo ha estudiado numerosos escenarios bélicos, tanto en Europa como en África. Fue hace aproximadamente tres años, preparando un curso para la Universidad de Santiago, cuando se dio cuenta de que en este ámbito había historias muy potentes, desde el punto de vista narrativo, que podían ser interesantes más allá del público especialista de los arqueólogos. “Me pareció que había historias humanas muy tremendas, que merecía la pena ser contadas”, afirma.

Alfredo González Ruibal.
El arqueólogo Alfredo González Ruibal, en un yacimiento.

Entender nuestro pasado

El experto señala que “estudiar la forma extrema del conflicto, que es la guerra, es una forma de entendernos también como seres humanos y de entender a las sociedades a lo largo de la historia”. Ese fue el origen del ensayo Tierra Arrasada: un viaje por la violencia del Paleolítico al siglo XXI (publicado por la editorial Crítica), una obra conmovedora sobre la violencia y la destrucción ejercida por los seres humanos desde el paleolítico hasta nuestros días.

Alfredo González Ruibal destaca que el conflicto es consustancial a los seres humanos: “Desde que somos seres humanos no nos hemos puesto de acuerdo y nos hemos peleado de distintas maneras”, asegura. No obstante, matiza que esto no quiere decir que seamos agresivos por naturaleza o especialmente violentos. De hecho, añade que sucede todo lo contrario, y “tendemos continuamente a evitar el conflicto violento, que solo surge en casos extremos”.

"Los niños siempre son víctimas de un patrón: se les mata por detrás para no verles la cara"

Si no somos seres violentos, surge la duda de por qué motivo, a lo largo de la historia, nos hemos masacrado unos a otros de forma recurrente. “Normalmente nuestras vidas discurren sin que nos peguemos unos con otros —responde el arqueólogo cuando le preguntamos sobre esta cuestión—, pero, el hecho de que el conflicto sea inherente al ser humano da lugar, en ocasiones muy concretas, a que nos acabemos matando”.

Por tanto, la cuestión importante radica, en su opinión, en descubrir qué hace que ese conflicto que no se expresa habitualmente de manera violenta, en determinados contextos sí que nos lleve al extremo de matarnos colectivamente y destruirnos.

Causas de los conflictos

A este respecto, señala que, aunque las causas son múltiples, sí existen algunas tendencias, siendo una de las más habituales el cambio climático: “Desde momentos muy antiguos de la prehistoria podemos observar cómo en los periodos de crisis climática, cuando el clima deja de ser predecible, es más fácil no solo que haya guerras, sino que, además, estas adopten su versión más extrema de guerras de exterminio, de genocidios, etcétera”, añade.

La violencia extrema también emerge en contextos de expansión territorial, concretamente cuando pone en contacto a grupos culturalmente muy distintos. Esto se debe, afirma el arqueólogo, a que “resulta más fácil deshumanizar al ‘otro’, al que es diferente por su cultura, su religión, su ideología o su raza, y someterlo a formas excesivas de violencia”.

El colapso de un sistema político y el nacimiento de nuevos regímenes, especialmente cuando estos otorgan al soberano un mayor poder y lo asocian a la divinidad, también suelen ir acompañados de violencia excesiva, como demuestran los sacrificios humanos que se practicaron en Mesopotamia, Egipto, Sudán y China durante el tercer y segundo milenio antes de Cristo.

"La violencia extrema también emerge en contextos de expansión territorial, concretamente cuando pone en contacto a grupos culturalmente muy distintos"

Según señala González Ruibal, cuando se analiza el fenómeno de la violencia colectiva en perspectiva de larga duración se comprueba que ha habido periodos de explosión de violencia excesiva en distintos momentos de la historia, con lo cual, “y esto es muy importante —resalta—, no se puede asociar a un tipo de cultura. No podemos decir, por ejemplo, que los europeos fueran especialmente salvajes o que lo fueran los africanos de la Edad de Hierro porque prácticamente en todas las culturas tenemos explosiones de violencia excesiva”.

También se constata que las guerras en las que hay un elemento ideológico, religioso o racial, son más violentas.

Los más vulnerables

Además, en todos los lugares analizados hay elementos que se repiten continuamente y algunos de los cuales son, según explica el científico, “horribles y sorprendentes” al mismo tiempo. Uno de ellos tiene que ver con las que son, sin duda, las víctimas más vulnerables de todos los conflictos: los niños.

“En todos los sitios donde ha habido violencia extrema y en los que los niños son víctimas, se les mata siempre igual, y esto es algo escalofriante. Se ve un patrón muy claro: se les mata casi siempre de golpes en la cabeza y por detrás”, asegura. Una de las explicaciones a este macabro patrón es que “matar a un niño es muy difícil. Es la transgresión máxima y lo que uno intenta es masacrarlo lo más rápidamente posible y sin tener que verle la cara”, añade.

Otro elemento común de los hallazgos encontrados en la tierra arrasada que deja la guerra tiene que ver con lo continua que es la violencia de género, que se documenta de forma sistemática a lo largo de miles de años. A su juicio, esto “dice mucho sobre la emergencia de un tipo de identidad masculina guerrera extremadamente agresiva”.

“Es un tipo de violencia muy excesiva que suele darse en el cuerpo de la mujer y que, muchas veces, se produce durante y después de la muerte. Un ensañamiento que no es tan habitual en contra de los hombres, en los que normalmente encontramos más violencia de combate”, apunta el arqueólogo.

Motivos para la esperanza

Cuando le preguntamos por el futuro, reconoce que, aunque parezca paradójico, sus conclusiones tras escribir el libro y después de tantos años de trabajo “son más optimistas que pesimistas, en el sentido de que creo que la violencia realmente es excepcional en el ser humano. Es muy continua, pero particularmente rara”.
Por eso, aboga por “desterrar las imágenes más negativas del ser humano como un ser esencialmente agresivo y destructor”.
Además, destaca que estas perspectivas de larga duración nos permiten saber cuáles son los contextos donde se produce más violencia y, gracias a ese conocimiento, hacer algo para eludirlos. “No podemos evitar el conflicto —que, como he dicho, es inherente al ser humano— y, probablemente, no podemos impedir la violencia, pero lo que sí podemos hacer es evitar esas violencias más extremas, más destructoras y devastadoras”, concluye el ganador del Premio Nacional de Ensayo 2024. •

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