Isabel Allende, escritora
“No quiero vivir en una dictadura”
La escritora chilena muestra su preocupación por el clima de hostilidad hacia los inmigrantes en EE. UU., y considera abandonar ese país si continúa la deriva autoritaria de la administración Trump: “Mientras pueda, voy a vivir en Estados Unidos porque allí tengo a mi hijo, mi nuera, mis perros y mi marido, en ese orden, pero si llega el momento en que la cosa se pone color de hormiga, tendré que irme. No quiero vivir en una dictadura. Por eso me fui de Chile”.
Por Rafael Olea

Isabel Allende (Lima, 1942) no oculta su preocupación ante la incertidumbre de un mundo actual que relaciona con un doloroso pasado en el que las debilidades de las democracias dieron paso a las dictaduras. Por ello, la escritora chilena, que reside en California, no descarta abandonar Estados Unidos si continúan o empeoran algunas de las políticas de Donald Trump, con especial atención a las expulsiones masivas de inmigrantes. “No quiero vivir en un estado autoritario”, asegura.
“Las instituciones están siendo atacadas”, denuncia la escritora. No obstante, advierte que “hay una gran oposición contra Donald Trump” y que este “podría perder el control del Congreso” en las próximas elecciones a esta cámara, previstas para noviembre de 2026. También recuerda Allende la paradoja de que Estados Unidos tenga un sistema electoral “que permite que un presidente sea elegido sin tener la mayoría de los votos”.
En relación a las detenciones y expulsiones masivas de inmigrantes, en ocasiones remitidos sin juicio ni garantías jurídicas a cárceles en El Salvador, Isabel Allende recuerda que “hay millones de inmigrantes en EE. UU. y somos los que contribuimos con los impuestos, con la cultura, con el trabajo… Todos los servicios en Estados Unidos están en manos de migrantes”, asevera.
Asimismo, denuncia que “ahora con Trump hay una insistencia en que hay que ser blanco”, y alerta sobre un nacionalismo blanco, cristiano y antinmigrante que califica de “peligroso y absurdo”. Incluso, puntualiza que la actual administración estadounidense deporta a personas con papeles legales, mientras, a la vez, acepta “a personas blancas de Sudáfrica que no escapan de nada pero son blancas”.
A la vez, lamenta la existencia de “un sentimiento antinmigrante en todos los lugares, pero especialmente en los sitios hechos por los inmigrantes, como EE. UU.”, donde “ahora somos los latinoamericanos los tratados como criminales y violadores, en una generalización absurda”.
La escritora chilena puntualiza que los migrantes “contribuimos con impuestos, con cultura, con trabajo” en un país en los que “todos los servicios están en manos de inmigrantes”. “Es en la diversidad donde se encuentra la fuerza de lugares como EE. UU.”, refrendó.
“Mientras pueda, voy a vivir en Estados Unidos porque allí tengo a mi hijo, mi nuera, mis perros y mi marido, en ese orden”, admite con humor y sin ocultar una sonrisa. Sin embargo, advierte que “si llega el momento en que la cosa se pone de color de hormiga, como creo que se va a poner, tendré que irme”.
“No quiero vivir en una dictadura. Por eso me fui de Chile”, afirma en alusión a su exilio en Venezuela, donde vivió entre 1975 y 1988, después del golpe de Estado encabezado por Pinochet contra el gobierno de Salvador Allende, quien era primo de su padre. “No puedo vivir con miedo, no puedo vivir callada”, afirma.
Por ello, en el caso de que aprecie “una sensación a nivel de piel”, como la que sintió para abandonar su Chile natal, no dudaría en emprender un nuevo exilio, con destino claro: el sur de Chile o España. “No me siento tan vieja como para empezar de nuevo”, precisa. Sin embargo, no lo desea y añade con ironía: “Con la edad me he vuelto mañosa. No quiero salir de mi casa, no quiero separarme de mis perros y tengo un tercer marido que espero que me dure”.
Mientras tanto, muestra su deseo de que todos esos temores a una deriva autoritaria o racista no se materialicen, pues valora la existencia de “una gran oposición a Trump” y prefiere ser optimista, ya que “las cosas pasan”. Por ello, confía en que el poder omnímodo de Donald Trump en la Casa Blanca “no perdure más de cuatro años, o menos”.
El título de su última novela, Mi nombre es Emilia del Valle, simboliza la lucha de una mujer por escribir con su propio nombre, algo que no siempre fue aceptado en el periodismo de los siglos XIX y XX. “Cuando ella empieza a escribir, hace novelitas de diez centavos y, como no le valía su nombre, inventa uno lo más macho que emplea de periodista, porque le advierten que nadie la respetaría como mujer. Sin embargo, cuando va a la guerra, pone como condición que pongan su nombre, Emilia del Valle, pues es importante para ella”.
Igualdad
Allende no ocultó su compromiso hacia la igualdad durante la presentación mundial de Mi nombre es Emilia del Valle (ed. Plaza&Janés), celebrada en la Casa de América de Madrid. “No sé dar consejos. Lo único que puedo decir es mi experiencia, y todos los buenos momentos que he superado han sido porque me han ayudado otras mujeres”. Pone como ejemplo a la agente literaria Carmen Balcells, “a la que escribí a Barcelona y me permitió ser escritora cuando nadie quería leer el manuscrito de La casa de los espíritus”.
“Una mujer sola es muy vulnerable”, advierte, “pero juntas podemos hacer cualquier cosa. Somos invencibles”. Asimismo, precisa que “el movimiento de liberación femenino es una revolución, y como toda revolución, comete errores. A veces para atrás. No hay mapa, no hay un manual, se hace como se puede, con la energía de todos”. Y conmina a avanzar, “porque el objetivo final es acabar con el patriarcado, que lleva miles de años”, aunque advierte que este cambio “va a durar años”.
Próximo proyecto
Uno de los próximos objetivos de Allende es escribir una nueva parte de sus memorias, concretamente la que abarca desde 2015 hasta la actualidad. Previamente ya ha narrado sus vivencias hasta 2007 en Paula y La suma de los días. “Estoy tratando de escribir una memoria de mis últimos años”, reconoce. Adelanta que tratará “sobre el amor, sobre la soledad y sobre la vejez”.
“Acabarla me está costando un triunfo. En la ficción escribo lo que me da la gana, pero en la memoria hay que tratar de encontrar la verdad, y a veces la verdad sobre uno mismo puede ser dolorosa. Me doy cuenta de que el 90% de lo que pasó en mi vida no lo recuerdo, y el 10% que recuerdo no pasó así, y no me gusta mucho lo que veo. Me he idealizado. Eso pasa con la edad: una mira hacia atrás y se cuenta un cuento que no cree del todo”.
Describe un ejemplo de cómo la realidad y la memoria a menudo transitan por caminos distintos: “Tengo el cuento de que me divorcié de Willy (el escritor William C. Gordon) amigablemente, a la inglesa. Le dije: ‘Nos tenemos que separar’. Él dijo ok y yo dije ok. Se fue. Eso fue todo, es lo que yo recuerdo, pero basta con leer las cartas. Ahí está la rabia que tenía. Y todo lo demás, no quiero ni verlo”. Allende lo desvelará en sus próximas memorias, conjuntamente con si continúa en EE. UU. o emprende un nuevo exilio.
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