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Historias de mascotas con discapacidad

La ceguera y la sordera son las discapacidades más frecuentes que sufren los animales de compañía. Cojeras, falta de algún miembro o paraplejias por accidente, enfermedad o maltrato son otras que sufren más limitantes. En función del grado, no tienen por qué impedir la convivencia en nuestros hogares. Perros y gatos suplen sus carencias con otros sentidos, a diferencia de los humanos, precisan los expertos.

Por M. J. Álvarez

05/06/2024
Perros y gatos superan con más éxito que el ser humano las barreras que les pone la vida.

Ni tienen complejos ni juzgan ni tienen prejuicios. Se adaptan al momento y aceptan su discapacidad con naturalidad. Así lo afirma María Luisa Fernández Miguel, veterinaria clínica y vocal de Pequeños Animales de la Organización Colegial de Veterinarios de Tenerife. “En eso nos dan lecciones a los humanos”, explica sobre la discapacidad de los animales de compañía. “Superan con más éxito las dificultades que les pone la vida”.

Aunque hay patologías más limitantes que otras, en general, salvo los casos más extremos, la ceguera y la sordera son las enfermedades que más padecen los perros y los gatos. “Ellos suplen esos problemas con otros sentidos. Tendemos a pensar que son como nosotros, a compararlos, un error garrafal”, recalca. “Para los perros, por ejemplo, es más importante oler que escuchar y para los gatos, además de eso, oír, de ahí que las capacidades que conservan les permiten relacionarse con su entorno sin dificultad”, indica la experta.

La sordera congénita es difícil de diagnosticar en cachorros porque responden muy bien a los estímulos externos al ser una especie muy sociable. Con los gatos es más fácil, ya que se suelen mostrar asustados. En los canes, a veces, ni siquiera la percibimos, a no ser que sea algo repentino, pues la achacamos a falta de atención. Aprenden a “leer” cómo nos expresamos a nivel físico, con muestro comportamiento, asevera Fernández Miguel.

Animales de la protectora Bichos Raros.
En la protectora Bichos Raros viven animales con discapacidad abandonados por toda España (e incluso recientemente de Ucrania). Actualmente, cuentan con 150 perros y 40 gatos con distintos niveles de discapacidad. © Alfredo Morales.

El caso de mascotas mudas es infrecuente, salvo alguna raza de cánidos, como los basenji o los sometidos a barbaridades como el corte de las cuerdas vocales para que no ladren. “Yo solo conozco un caso de mudez en perros y ninguno en gatos. Hay animales que se comunican poco vocalmente; los felinos si no lo hacen es porque no quieren. Y en los canes estas deficiencias no afectan a la sociabilidad con sus congéneres ni con las personas, pues se guían por las expresiones físicas y por el movimiento de los que tienen al lado”, subraya.

Predicar con el ejemplo

“Hace unos años nadie tenía en casa un animal sordo o que le faltara alguna extremidad. Era impensable. Se sacrificaban porque no se les veía ninguna utilidad. Ahora, por suerte, hay personas que están dispuestas a acogerlos. Son igual de afectuosos que los demás”, incide la veterinaria. Precisamente, ella adoptó a un gato ciego. “Estaba en estado terminal y había perdido la transparencia en ambas córneas. Lo hemos sacarlo adelante. Es difícil de evaluar su grado de visión: no hace más que subir y bajar la cabeza. Mis hijos dicen que escanea”, bromea.

Acoger y convivir con mascotas con problemas de movilidad por falta de extremidades, cojeras, artritis o traumas discales —en ocasiones, fruto de la edad— no supone ningún obstáculo para muchas familias. Algunas tienen prótesis y otras, arneses, carritos o sillas de ruedas para facilitar sus desplazamientos. “Se adaptan muy bien a las circunstancias y si pueden saltar o correr, lo hacen, si no, no. Más dificultades comportan las parálisis del tercio posterior al conllevar la falta de control de los esfínteres”, precisa.

Ana, una perra ciega.
Ana, una perra ciega. © Alfredo Morales.

Muchas de esas patologías no solo son producto de enfermedades sino de accidentes, abandonos o malos tratos. “No es lo mismo una paraplejia en un gato o en un yorkshire que en un pastor alemán. Esto, sin duda, puede influir a la hora de decidir la adopción por la complicación añadida, los cuidados y el gasto que puede suponer”, concluye Fernández Miguel.

Una vida digna

En Bichos Raros dominan este asunto y salvan a muchos animales de la eutanasia. No es una protectora al uso. La regentan dos mujeres, María García e Inmaculada Torrejón, Macu, quienes compaginan sus profesiones —enfermera y abogada— con el cuidado de sus mascotas. Contactan con ellas veterinarios, protectoras o ciudadanos que les alertan de un abandono desde cualquier punto de España.

En una gran finca cercana al Escorial tienen unos 150 perros y 40 gatos. “Nuestra finalidad no es la adopción. Nuestra máxima es que tengan una vida digna y sean felices”, asevera la primera, que vive ahí. Y vaya si lo son. No paran de brincar, requerir y regalar caricias. Están en libertad, al aire libre, lejos de los terribles cheniles.

Ellas, “las locas de los perros” como las llamaban cuando crearon la asociación hace 15 años se califican de “madrazas”, pues viven por y para ellos. Ni siquiera se van de vacaciones. La rehabilitación, la medicación, sus cuidados y mimos obran milagros. “Guapo llegó aquí hace 15 días. Procedía de Extremadura. A este cruce de mastín de 50 kilos le intentaron ahorcar —aún conserva las señales de semejante barbaridad— y acabó dentro de un contenedor subterráneo”, explica Macu. Está vivo de milagro. Sus gemidos alertaron a una mujer, quien dio la voz de alarma a la Policía y fue rescatado por los bomberos.

Esta abogada muestra su enfado por la actitud del ayuntamiento. “Ni se molestó en buscar al dueño; aunque no tenía chip es fácilmente identificable. Para colmo, una mujer, consternada, denunció en la web municipal lo ocurrido. ¿Y qué hizo el consistorio?: borrarla”, comenta.

Isa y Rania corretean con sus carritos. La primera es gaditana. “Los niños jugaban con ella como si fuera un balón y acabó parapléjica. A Rania la atropellaron y es la única del recinto que camina con una sola pata”, indica María. “Algunos animales han recibido disparos, otros sufren malformaciones congénitas, paraplejias, ataxias -descoordinación de movimientos-... El recinto, del que eluden facilitar su ubicación, está dividido en dos grandes zonas. La primera, destinada a los recién llegados, es de observación; la segunda, para los que están recuperados”, dice María. “Así, además, evitamos que los fuertes agredan a los más débiles”, tercia Macu.

“Estamos al límite de nuestra capacidad, sobrepasados, como todas las protectoras. A diario suena el teléfono para que admitamos a algún animal, pero no damos más de sí. Nos arriesgamos a una multa del Seprona”, agrega la enfermera.

Destinan su sueldo íntegro a financiar la entidad. “Hay que mantenerlos, llevarlos al veterinario, comprar medicinas, sillas, operarles…”. Ellas se ocupan de la rehabilitación, las curas, los cuidados tras las cirugías… Carmen Gijón, una médico voluntaria, gestiona las donaciones de pienso, pañales, transportines, operaciones… Tienen socios que aportan diez euros al mes, y a través de teaming, quien lo desee puede dar un euro en el mismo periodo.

Éxito en las adopciones

Cuando entregan un animal en adopción se aseguran de que va a estar igual o mejor que con ellas. Su media es de una o dos al mes. Evalúan a las familias con las que siguen en contacto y les proporcionan el “ajuar”: cama, pienso, férulas, protectores para la incontinencia... “Hay miedo a la discapacidad por ignorancia, por pensar que no se es capaz, que será costoso… Es un error. Ninguno de los acogidos ha vuelto. Quien prueba, repite”, afirman las dos.

Mientras desgranan las escalofriantes historias de sus “bichos”, Madarín recibe los mimos de Carmen. Estuvo encerrado en una jaula de 2x2 durante mucho tiempo y ha acabado trastornado. Ahora, es un “ladrón de juguetes” que guarda en una caseta como un tesoro.

Hidalgo llegó con las caderas y las patas traseras rotas; además, tenía leishmaniasis. Su rehabilitación fue larga y dura. Le operaron y ahora campa a sus anchas, fuera de los dos espacios acotados. “Si quisiera escapar, podría, pero no nos quiere dejar”, relata, sonriente, María. La foto de Alma de hace meses pone los pelos de punta. “Tenía la mitad de la cara destrozada, hepatopatía y una analítica incompatible con la vida. Nos avisó un veterinario. Y mírala ahora”, comenta satisfecha Macu. En todos ellos hay un antes y un después: como en Lola, Reina, Felipe el Hermoso, Thor, Billy Elliot…

Las responsables de Bichos Raros consideran que, aunque el maltrato está muy mal visto, aún queda mucho camino para combatirlo. Por ello, ponen el acento en la educación y realizan visitas a escuelas. “No evolucionamos. Falta un mayor control por parte de las administraciones”, afirman estas luchadoras para quienes sus animales son su vida.

 

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