Apagón ibérico

Y todo se quedó a oscuras

El fallo en cadena de la red eléctrica española dejó sin luz ni conexión a millones de personas. El gran apagón de abril reveló hasta qué punto dependemos de una red que considerábamos invisible e invulnerable.

Por Daniel Alonso

26/05/2025
España desde un satélite.

De pronto, la tecnología en la que habíamos puesto toda nuestra confianza —esa que ocupa nuestro tiempo, guarda nuestros datos y moldea nuestra vida cotidiana— dejó de funcionar. Sin conexión a internet y sin señal para hacer llamadas, los móviles se convirtieron en simples linternas que utilizamos para mirar dentro de la nevera, cocinar o ir al baño. Poco después, estas se quedaron sin batería. Se apagaron las pantallas, los edificios se quedaron a oscuras, y la gente salió a la calle. TikTok fue sustituido por la terraza o el balcón, las conversaciones de WhatsApp por charlas con los amigos, los vecinos, y, en una imagen que evoca a otros tiempos, hasta los transeúntes que pasaban por la calle iban con una radio en el hombro.

Lo digital dio paso a lo analógico y la incertidumbre llenó los supermercados de compradores desesperados. Al principio parecían tranquilos, luego empezaron a arrasar con el papel higiénico, las garrafas de agua, las latas de alubias y el cocido de bote. Las tiendas de barrio se vieron desbordadas por gente aparentemente tranquila a la búsqueda de la última batería portátil cargada con energía solar, el último paquete de pilas o la radio más cara de toda la tienda. El apagón del 28 de abril de 2025 nos hizo darnos cuenta de que el sistema sobre el que opera la vida moderna no es infalible. Han surgido muchas preguntas. ¿Cómo de segura es nuestra red eléctrica? ¿Qué papel juegan las renovables? ¿Qué hacemos si falla todo?

El origen del colapso

Si hay que empezar por el principio, el 28 de abril, a las 12:33 del mediodía, el sistema eléctrico peninsular ibérico colapsó. En cuestión de segundos, más de 15 gigavatios de capacidad —el equivalente al 60% de la demanda nacional en ese momento— desaparecieron de la red. Lo que parecía una incidencia localizada se convirtió en el mayor apagón sufrido por España y Portugal en su historia reciente. Las consecuencias se extendieron a lo largo de todo el día: estaciones sin suministro, transportes paralizados, telecomunicaciones interrumpidas y millones de personas sin luz ni información durante horas.

El incidente desencadenó de inmediato un operativo de emergencia a todos los niveles. El Gobierno activó un gabinete de crisis en la sede de Red Eléctrica de España (REE), con la participación directa del presidente Pedro Sánchez y varios ministros. Aunque el restablecimiento fue relativamente rápido —la mayoría de zonas recuperaron el suministro esa misma tarde—, las autoridades tardaron poco en reconocer la magnitud y gravedad del suceso. La vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Sara Aagesen, reveló un dato clave: el sistema había sufrido tres perturbaciones en cadena, la última de ellas producida apenas 19 segundos antes del colapso total.

El relato social del apagón se convirtió en una suerte de espejo colectivo: ¿hasta qué punto estamos preparados para vivir sin la red energética que lo sostiene todo?

La causa inicial fue una pérdida repentina de generación, probablemente en el suroeste peninsular, que desestabilizó la frecuencia de la red, según Red Eléctrica. El sistema, ya tensionado por una elevada proporción de energías renovables y una generación térmica baja, no logró absorber el impacto. Lo que siguió fue una desconexión en cascada: múltiples instalaciones —tanto de generación como de distribución— se autoaislaron para protegerse del desequilibrio, agravando aún más la situación.

“Hoy en día se monitoriza todo”, explica José María González, director general de APPA Renovables, “así que casi seguro que vamos a saber exactamente lo que sucedió”. El problema es procesar esa cantidad ingente de datos que ahora está en manos de los investigadores. “Donde sí hay cierta certeza es que no ha sido solo un episodio, y que probablemente haya sido un problema de sobretensión de la red. Seguramente haya sido un efecto cascada, un fallo ha llevado a otro y a otro y a otro. La probabilidad de que sucedan todos a la vez es bajísima, una cosa que pasa una vez cada 50 años. Y ha pasado justo ahora”.

En los minutos previos al apagón, la solar fotovoltaica aportaba cerca del 60% del mix energético. Las térmicas convencionales —nuclear y gas— estaban por debajo de su media habitual

Los datos preliminares indican que en los minutos anteriores al apagón, la solar fotovoltaica aportaba cerca del 60% del mix energético español. Las fuentes térmicas convencionales —nuclear y gas— estaban por debajo de su media habitual. La alta dependencia de energías sin inercia mecánica —como la solar y la eólica— dejó al sistema sin el colchón de estabilidad necesario para amortiguar la pérdida súbita de potencia.

La situación, además, estuvo marcada por la dificultad para recibir apoyo externo. España apenas cuenta con un 2% de interconexión eléctrica con Europa continental, una cifra muy por debajo del objetivo del 10% fijado por la UE para 2020 y del 15% proyectado para el año 2030.

Isla energética

Esta escasa conectividad refuerza la condición de “isla energética” de la península ibérica y limita las opciones de respaldo en momentos críticos. La investigación oficial sobre las causas del apagón está aún en curso. El Gobierno estima que necesitará entre tres y seis meses para completar el análisis de más de 750 millones de datos recopilados durante la crisis.

Efecto dominó

Aunque se mantuvo abierta la hipótesis de un ciberataque, la ministra Aagesen lo descartó en el Congreso el pasado 15 de mayo, cuando admitió que “no se han hallado indicios de que se haya producido” y pidió tiempo para poder investigar las causas de este incidente. “No vamos a dejar que las prisas nos alejen de verdad”, aseguró la vicepresidenta.

Lo que ha quedado claro es que el fallo no fue puntual ni aislado. “Estamos ante una concatenación de incidencias que no pudieron ser contenidas”, explicó Aagesen.
En otras palabras: el sistema falló por varios sitios a la vez, en un efecto dominó que pone en cuestión no solo la robustez técnica de la red, sino también su diseño operativo y su capacidad de anticipación.

El dilema español

El reto tampoco es sencillo: La red eléctrica española es una de las más extensas de Europa, cuenta con más de 45.000 kilómetros de líneas de alta tensión, más de 700 subestaciones y cerca de 6.000 posiciones que permiten el transporte de electricidad desde los puntos de generación hasta los de consumo. Este entramado se controla desde el Centro de Control Eléctrico (Cecoel), situado en Madrid, donde se supervisan en tiempo real miles de variables del sistema. En cada instante, se procesan unos 240.000 datos que permiten equilibrar generación y demanda, detectar incidentes y garantizar que la red opere con seguridad y estabilidad.

El apagón del 28 de abril no solo dejó sin suministro eléctrico a millones de personas. Reavivó también una discusión técnica, política y estratégica que llevaba tiempo larvada: ¿es el sistema eléctrico español lo suficientemente robusto para soportar un futuro dominado por las energías renovables?

Apagón nuclear

Ese día, según datos del operador del sistema, la Red Eléctrica de España (REE), el 78% de la generación provenía de fuentes renovables, especialmente la solar. Las tecnologías solares, a diferencia de la nuclear o la térmica, no aportan inercia al sistema. Es decir, no giran turbinas pesadas que puedan amortiguar una caída súbita de frecuencia. Cuando algo falla, no hay energía cinética acumulada que suavice el golpe. La nuclear, por el contrario, sí aporta esa estabilidad.

Pero en el momento del apagón, solo cuatro de los siete reactores activos estaban en funcionamiento. Algunos, simplemente, no podían competir en precio con la producción solar y habían sido apartados del sistema. Algunos expertos afirman que operaban a medio gas, mientras estábamos en una primavera récord de generación de energía renovable.

El Gobierno mantiene su hoja de ruta: el cierre progresivo de las centrales nucleares entre 2027 y 2035. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, subrayó que “a día de hoy, no hay ninguna evidencia empírica de que el incidente fuese provocado por un exceso de renovables o una falta de centrales nucleares”, y defendió que el Ejecutivo apoya las “energías limpias, no por ideología, porque sabe que el futuro energético de España o es verde o no será”, apuntó para reiterar que “las renovables no son solo el futuro, son nuestra única y mejor opción; la única manera de reindustrializar España”.

La península ibérica es, en términos técnicos, una isla energética: solo el 2% de su capacidad está conectada con países vecinos

Sin embargo, voces del sector, como José Bogas, consejero delegado de Endesa, han advertido de que podría ser “imprudente” prescindir de una fuente “de cero emisiones, segura y competitiva”, como la nuclear, cuando aún no existe una red totalmente adaptada al nuevo paradigma, según el testimonio recogido por Argus, una empresa especializada en mercados internacionales de energía. Bogas defiende la necesidad de prorrogar el calendario de cierre de las nucleares y de incrementar la inversión en la red, “sea cual sea” el resultado de la investigación sobre la causa del apagón eléctrico. “No es una cuestión de la nuclear contra las renovables”, afirmó, aunque defiende que la atómica será clave para “proveer la seguridad del suministro en los próximos años”, informa Servimedia.

Aun así, la energía nuclear tampoco sirve para compensar la imprevisibilidad de algunas energías renovables. Ese tipo de generación “necesita complementos flexibles con capacidad de respuesta rápida”, aseguran desde Greenpeace: almacenamiento (baterías, hidráulico o térmica renovable) y capacidad de respuesta a la demanda. La energía nuclear no puede proporcionar eso, y encima es más cara. “A la hora de reponer el servicio, se ha comprobado que las centrales nucleares no sirven para ello, pero sí las hidroeléctricas y las de gas”, aseguran desde la organización ecologista.

Aislamiento ibérico

La falta de interconexión con Europa agrava el problema. España es, en términos técnicos, una isla energética. Solo el 2% de su capacidad está conectada con países vecinos, una cifra muy por debajo del 10% mínimo que exigía Bruselas para 2020. El informe Panorama 2025, elaborado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), señala esta escasa integración como un “riesgo estructural” para la seguridad energética nacional.

En el momento crítico, Francia llegó a desconectarse de la red española para proteger su propio sistema. Fue, paradójicamente, esa debilidad lo que evitó que el fallo se propagara hacia el resto de Europa. La península ibérica se apagó sola, sin arrastrar a nadie más. Desde Bruselas y desde el propio Ejecutivo se insiste en la necesidad de reforzar las infraestructuras de interconexión, con nuevos proyectos en marcha para alcanzar los 8 GW en capacidad transfronteriza en los próximos años. Pero la solución técnica no llegará mañana.

Somos vulnerables

La escena se repitió en distintos barrios de España durante las primeras horas del apagón: personas alrededor de un coche con la radio encendida, vecinos compartiendo velas o linternas, largas colas en tiendas de barrio donde aún quedaban pilas, cargadores solares o transistores. La desconexión súbita hizo evidente algo que en el siglo XXI cuesta asumir: somos vulnerables.

En su estrategia de preparación ante emergencias, la Unión Europea ya contempla la necesidad de que cada hogar disponga de un kit básico de supervivencia capaz de sostener la vida cotidiana durante al menos 72 horas sin suministros esenciales. En esa línea, países como Francia o Países Bajos han publicado recomendaciones específicas: cinco litros de agua por persona, alimentos no perecederos, una radio a pilas, linternas, baterías de repuesto, una cocina portátil, dinero en efectivo, medicamentos y botiquín de primeros auxilios.

Prevención y resiliencia

La propuesta del kit de supervivencia busca unificar criterios y preparar a la ciudadanía ante posibles crisis, ya sean naturales, tecnológicas o geopolíticas. Como explicó recientemente Hadja Lahbib, comisaria europea de Igualdad, Preparación y Gestión de Crisis: “Es importante que todos los europeos tengan un manual básico sobre qué hacer cuando suenen las sirenas”. La Cruz Roja de Estados Unidos y otras agencias como Ready.gov también ofrecen guías detalladas para este tipo de situaciones, que incluyen desde generadores portátiles hasta planes familiares de evacuación y comunicación. La idea no es fomentar el alarmismo, sino reforzar la cultura de la prevención.

Surgen muchas preguntas. ¿Cómo de segura es nuestra red eléctrica? ¿Qué papel juegan las renovables? ¿Qué hacemos si falla todo?

En España, esta cultura apenas comienza a calar. Tras el apagón, la demanda de radios de emergencia y pilas creció un 205%, según datos del comparador Idealo. Y mientras algunas personas bromeaban en redes sociales sobre volver a la Edad de Piedra, otras comenzaron a preguntarse por primera vez si estaban realmente preparadas para un fallo sistémico. El apagón fue, en cierto modo, un simulacro inesperado. Mostró la importancia de tener acceso a información sin depender de una red digital que puede caer en segundos. En ese contexto, la radio —analógica, unidireccional, autónoma— se reveló como un salvavidas tecnológico.

Las autoridades españolas, aunque piden calma, han comenzado a reforzar sus recomendaciones. El sistema ES-Alert, por ejemplo, permite enviar alertas masivas a móviles en caso de emergencia. Pero como reconoce el propio Gobierno, mantener las telecomunicaciones activas depende, antes que nada, de que no se apague la electricidad. Y cuando eso ocurre, lo único que queda es estar preparados.

Radio versus móvil

Las primeras horas del gran apagón ibérico fueron de desconcierto. La mayoría pensó que era una avería puntual, una incidencia local. Pero pronto quedó claro que la luz no volvía, que el móvil no tenía señal, que tampoco funcionaban los cajeros, el metro o el agua caliente. El país entero se había apagado. Martín Piqueras, profesor de OBS Business School y experto de Gartner, explica que la señal de los móviles dejó de funcionar porque muchas de las antenas no tenían baterías suplentes. “Y las que tienen, aguantaron muy poco”, asegura.

“La radio funcionaba porque sus señales no se saturan, por mucha gente que haya sintonizada. Además, no necesitan tantas antenas como las que son necesarias para hacer funcionar la red móvil”, explica. El experto hace un símil para entender la diferencia entre ambas conectividades: “La radio funciona, más o menos, como si hubiera un señor con un altavoz en medio de la plaza del pueblo, puede haber una o miles de personas en la plaza, y se va a escuchar igual. La red móvil es como si ese señor tuviera que ir susurrando al oído de cada persona la información, tarda mucho más cuando hay mucha gente”.

De la calma al caos

El 28 de abril, España y Portugal vivieron los primeros compases de lo que algunos expertos definen como una crisis estructural. El caos no llegó de inmediato. Durante las primeras horas, imperó cierta calma: se compartieron velas, se buscaron respuestas entre vecinos, las terrazas se llenaron de conversaciones y guitarras. Parecía que la sociedad podía sostenerse sin electricidad.

La línea que separa el orden social del colapso puede quebrarse en tan solo 72 horas sin suministro eléctrico. Según estudios de la Cruz Roja estadounidense o analistas como el ingeniero John Kappenman, se detalla una progresión: tras el desconcierto, llega el miedo; después, la necesidad. Fallan los generadores de los hospitales, se detiene el transporte, se interrumpe la cadena de suministro de alimentos y medicamentos. A las 24 horas, comienzan las evacuaciones. A las 48, los saqueos. A las 72, la ley marcial.

Prueba de empatía

Aunque este no fue el caso del apagón de abril —la electricidad volvió antes de que se desatara un caos mayor—, el evento sirvió de advertencia. Al principio, la gente estaba desconcertada, no estaba muy clara la extensión del apagón ni la gravedad del mismo. Era fácil pensar que la electricidad no tardaría en volver. Luego, antes de las primeras informaciones oficiales y de constatar que la electricidad no volvería en los próximos 10 o 15 minutos, muchos cayeron en el nerviosismo y el pánico.

La situación recordaba a los primeros días del confinamiento por la pandemia del covid. Supermercados cerrados, tiendas de alimentación de barrio arrasadas, y alguna pelea en algunas cadenas de supermercados que tenían sus propios generadores de seguridad y seguía operativos. Después llegaron las primeras intervenciones en la radio del presidente del Gobierno y de expertos de Red Eléctrica: tardarían unas diez horas en restaurar el sistema. Eso decían las fuentes oficiales, pero era fácil dejarse llevarse por las especulaciones de que aquello duraría mucho más. No fue así, y muchos se descubrieron a las 10 de la noche con la casa llena de latas de comida y papel higiénico suficiente para sobrevivir a un colapso que no se materializó.

El apagón invita a reflexionar sobre cómo es la vida cotidiana de millones de personas en el mundo que carecen de algo tan básico como la electricidad

Fue una mirada fugaz a una fragilidad que normalmente permanece oculta tras la rutina. El relato social del apagón se convirtió en una suerte de espejo colectivo: hasta qué punto estamos preparados para vivir sin la red que lo sostiene todo. Los sociólogos señalan que, en ausencia de comunicación y control institucional, las sociedades tienden a organizarse de forma espontánea, pero también a fracturarse si la incertidumbre se prolonga. Las zonas rurales, con pozos y huertos, resisten mejor. Las grandes urbes, con alta densidad de población y dependencia tecnológica, son más vulnerables.

El apagón fue también una prueba de empatía. Como escribió Greenpeace en su balance del suceso, fue un amargo recordatorio del dolor ajeno: “Quizá merezca la pena dedicar un instante a reflexionar sobre cómo es la vida cotidiana de millones de personas cuando les arrebatan algo tan básico como la electricidad. Para gran parte de la humanidad, ese lunes es la vida entera”.

 

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