Premio Princesa de Girona Social y fundador de la ONG Nasco Feeding Minds
El beso de buenas noches que cambió la vida de Ousman Umar
Con diez años vivía solo en Acra (Ghana) y soldaba camiones. A los doce inició la brutal travesía que le trajo a España cinco años después. Por el camino murieron la mayoría de sus compañeros. A los 17 años, solo y en Barcelona, conoció a ‘la Montse’, su madre española. Gracias a ella y a su familia, Ousman ha estudiado, escrito un libro y creado una ONG para que sus compatriotas encuentren trabajo en Ghana.
Por Carolina Martínez
Ousman Umar recibió su primer beso de buenas noches a los diecisiete años, en Barcelona, por parte de una mujer que apenas conocía, ‘la Montse’. Llevaba solo un mes en la ciudad, pero casi siete años fuera de su aldea, en Ghana. Siete años de un viaje desolador, en el que perdió amigos, compañeros de viaje, y sufrió todo tipo de vejaciones. De los diez a los 17 años. Una historia que cuenta en su libro Viaje al país de los blancos.
Cuando tenía diez años, Ousman vivía solo en Acra (Ghana). Había salido de su pequeña aldea y trabajaba soldando camiones. Con suerte, alguna noche podía dormir dentro de alguno de ellos. Difícil imaginar a un niño de esa edad trabajando y viviendo solo en una ciudad de tres millones de habitantes. “Trabajaba soldando chapa. Tenía unas manos y un cuerpo muy pequeños que me permitían entrar dentro de la compleja maquinaria y realizar soldaduras que no eran nada simples”, recuerda.
Allí, en Acra, vio la televisión por primera vez y era un partido del Barça, lo que, visto un tiempo después, tuvo un gran peso en su peripecia vital. Cuando logró llegar a España, a Canarias, la Cruz Roja le preguntó a qué ciudad quería ir de la península. No conocía a nadie. Se acordó de ese partido de fútbol y dijo Barcelona. Y allí le esperaba ella, Montserrat… Una mujer con el corazón tan grande como el estadio del Barça, que le abrió las puertas de su casa y de su familia. Una mujer que, como dice Ousman, “no le tenía miedo”. “El miedo nos paraliza, nos impide ayudar al otro, cuando ayudar nos sale natural”, asegura Ousman. “Ese miedo que, a gran escala, nos lleva a vivir como el mayor problema la llegada de inmigrantes africanos en pateras, cuando la inmensa mayoría entra por Barajas, y vienen de América o de Europa”, sostiene Ousman.
Sobrevivió al desierto y al viaje en patera, y una mujer le ayudó en Barcelona cuando no tenía dónde ir. Hoy ayuda a niños a encontrar trabajo en Ghana
Ousman Umar llegó a Barcelona el 24 de febrero de 2005, con un sándwich de atún, una botella de agua, un plátano y un billete de ida. Y a pesar de todo estaba feliz.
Conoció a ‘la Montse’ en la calle. Ousman estaba durmiendo en bancos, donde podía, y no sabía ni dónde ir a pedir ayuda. Tuvo el impulso de acercarse a ella. Ella no hablaba inglés, él no hablaba español. Hablaron por teléfono con el marido de Montserrat. Por fin le indicó a Ousman que fuera a pedir ayuda a la Cruz Roja, pero le dio su teléfono por si lo necesitaba. En Cruz Roja le acogieron tres días. Después, a la calle. Un mes entero deambulando y ya no podía más. Terminó llamándola. Montserrat le abrió las puertas de su casa, le dio una cama, le acogió. Se convirtió en su tutora. Y llegó ese beso de buenas noches, un beso que lo derrumbó. Había atravesado el desierto, visto morir a compañeros y amigos, sufrido todo tipo de vejaciones a manos de la policía de Libia, viajado en patera…. Pero ese beso lo derrumbó. Nunca lo habían besado.
“Una nueva vida comenzó para mí. El primer día, después de la cena, mi nueva madre vino a darme las buenas noches y me besó en la frente. Apagó la luz y se marchó. No pude dormir, lloraba. No comprendía por qué había tenido que vivir un viaje tan horrible para, finalmente, estar seguro en mi nuevo hogar. Fue la primera vez que alguien me besó. Sentí que alguien me quería después de mucho tiempo”, recuerda Ousman.
“Nos aferramos al miedo al desconocido. La sociedad europea está cargada de miedo, y pagas la seguridad a cualquier precio”
“Me preguntaba dónde estaba ‘la Montse’ cuando unos chicos me tiraban cerveza en la calle al salir de una discoteca; o cuando estaba en manos de las mafias de Libia, verdaderos abusadores; me preguntaba qué había hecho para merecer tanta tortura… Pensé que no era por qué, sino para qué: para ayudar a los que todavía no se han ido”, recuerda Ousman.
Montserrat ha llegado a convertirse en su madre; los hijos de Montse, en sus hermanos; el marido de Montse, en su padre. Y los domingos se come en casa.
“Nos aferramos al miedo al desconocido. La sociedad europea está cargada de miedo, y pagas la seguridad a cualquier precio. No hay mucha gente como Montse, pero todos llevamos una Montse dentro”, añade.
“Me preguntaba qué había hecho para merecer tanta tortura… Pensé que no era por qué, sino para qué: para ayudar a los que todavía no se han ido”
La vida de Ousman Umar es un ejemplo del éxito de acoger. Gracias a que una familia le abrió su casa, él pudo estudiar: Relaciones Públicas y Marketing primero, luego Dirección de ONG en Esade y un MBA en el IESE Business School. Y todo con un propósito, lograr que su hermano no iniciara la misma travesía. Para convencerle, decidió convencer a todos sus compatriotas. Y creó Nasco Feeding Minds, enfocada en brindar acceso a la educación y tecnología a los jóvenes de Ghana para que encuentren trabajo en su casa. En 2021 fue reconocida su labor al recibir el Premio Princesa de Girona Social.
El viaje
Estando en Acra, Ousman oyó hablar de Libia. Le dijeron que allí “recibiría un buen salario”. Y emprendió el viaje, el peor viaje del mundo. “Éramos 56 personas en tres coches Land Rover, 18 en cada uno, cruzando el desierto entre las dunas. En medio del desierto, los conductores nos abandonaron. Pasaron los días. No teníamos comida ni agua. Solo 6 sobrevivimos”.
Una vez en Libia, las cosas empeoraron. Era la época de Muamar el Gadafi y “los inmigrantes negros tenían menos valor que un perro. Estuve en Libia durante 4 años. Pude ahorrar suficiente dinero para huir del país. La mafia me convenció para que pagara 1.600 dólares para cruzar el Mediterráneo y llegar finalmente a España”.
Tras dos intentos fallidos, en el primero del cual perdió a su mejor amigo, Ousman logró alcanzar las costas de Fuerteventura. Salieron dos barcos, pero solo llegó uno. “Chocamos contra las rocas y el barco volcó justo delante de la orilla. Pensé que iba a morir. No podía andar ya que mis pies estaban llenos de cicatrices. Mis compañeros caminaban hacia una carretera iluminada y me centré en seguirlos. Era una noche oscura y llovía”. Hoy recuerda: “Cuando veo las imágenes de los jóvenes que llegan a Fuerteventura, me veo a mí mismo, me duele, pero no me paralizo”.
Continúa Leyendo
Afganistán: 850 días sin educación
Por Khadija Amin, periodista afgana exiliada en España
Otra ruralidad es posible
Por José Manuel González Huesa, director de Perfiles y director general de Servimedia.
“No hay que dejar que el enfado de los demás modifique tu rumbo”
Por Rafael Olea
Un cómic homenaje a la revuelta de Irán
Por Pedro Fernández