Daniel Landa
El viajero inquebrantable
Del mirador de Autilla del Pino (Palencia) al estrecho de Bering, Daniel Landa ha dedicado su vida a recorrer el mundo, buscando historias que trascienden fronteras y desafíos.
Por Daniel Alonso Viña

La verdadera historia de Daniel Landa (50 años), periodista, productor y documentalista de origen palentino, comienza con una derrota profesional épica. Antes de eso dedicó cuatro años a planificar un viaje por el mundo, dos años a grabarlo y otros dos a editarlo.
El resultado fue Un mundo aparte, una serie documental en la que tres aventureros —un productor, José Luis Feliú; un director, Daniel Landa; y un cámara, Alfonso Negrón— recorren más de 100.000 kilómetros y cinco continentes explorando las costumbres más extrañas, los paisajes más exóticos y las tribus más recónditas del globo. Regresaron a casa —un poco más barbudos y delgados que cuando salieron— y firmaron un acuerdo con una productora para editar y distribuir el material. Cuando la serie documental estaba lista rondaba el año 2011. Poco después llegó la llamada.
Era su tía. “¡Pon La 2! Está saliendo tu documental”, le dijo ella entusiasmada. Landa sintió un mal presentimiento: la productora no le había informado de nada. Investigó durante toda la noche y descubrió que su documental, esa obra que le había costado tanto sacar adelante —cientos de llamadas para conseguir financiación, tantas noches durmiendo en un 4x4 y años de edición— se emitía no solo en La 2, sino en más de 130 países a través de National Geographic. Landa y sus compañeros no habían recibido ni un euro.
Despertar del sueño
Su sueño se había hecho realidad, pero en su versión más horrible. Landa presentó una demanda y entraron en un pleito larguísimo para intentar recuperar el dinero de un documental por el que lo habían dado todo —Feliú, el productor sevillano, había vendido su casa para financiarlo. La empresa se declaró en concurso de acreedores. Landa y sus compañeros de viaje casi no vieron ni un solo euro del documental que tanto les había costado producir.
¿Qué hizo Daniel? Actualizó su curriculum, se puso al día con LinkedIn, preguntó a los amigos que tenía dentro del sector, y cuando ya no sabía qué más hacer, agarró un folio en blanco, como había hecho la última vez, y escribió: “Ahora quiero ir al Pacífico, y recorrer desde Japón hasta Nueva Zelanda, y meternos en las selvas de Indonesia”.
Tres años y medio después, partió, con la experiencia y el nombre que le había dado Un mundo aparte, a grabar esa nueva serie documental que se llamó Pacífico. El resultado, después de los viajes y un acuerdo con una productora para la edición y la producción, estuvo a punto de repetirse. Esta vez no fue su tía, sino una chica de Filipinas la que le avisó. Le escribió por Facebook: “Me encanta tu programa, soy muy fan. Se está emitiendo aquí”. Landa no se lo podía creer. De nuevo, no le habían informado. Esta vez consiguieron recuperar la explotación de la serie.
Covivir con la incertidumbre
Al hablar de estos temas frente a un café en un bar ruidoso cerca de Príncipe Pío, en Madrid, a Landa no le tiembla la voz, no le estallan las venas de la frente por la rabia de haber perdido algo que le había costado tanto conseguir. Está en paz. Está tranquilo. Lo narra como quien cuenta la historia trágica de un amigo. No le afecta, o al menos parece que ha dejado de afectarle. “Nosotros convivimos permanentemente con la incertidumbre”, dice en una parte de la entrevista, “y algo que pueda suscitar miedo, temor o parálisis en otros, para mí es una motivación brutal. Porque esa incertidumbre al final del camino se convertirá en un aprendizaje”.
Lo dice sin rechistar, sin ánimo de sentar cátedra, pero con ganas de responder de forma contundente a lo que se le pregunta, porque su cabeza es un inesperado repositorio de frases, lecciones y anécdotas que dan parecen el recopilatorio de muchas vidas. Y añade: “Es muy importante que haya gente en tu vida que te recuerde la importancia de las raíces, porque al final un viaje, para que sea un verdadero viaje, tiene que ser circular. Tienes que volver al punto de partida. Si no, deja de ser un viaje y se convierte en una huida. Y yo cuando viajo no quiero huir de nada, quiero ampliar mi perspectiva y luego volver con los amigos del colegio, que todavía son íntimos amigos míos”.
Este año, todos esos amigos han pensado que, para celebrar que todos han cruzado el umbral de los cincuenta años, van a hacer un viaje especial. Landa nunca ha viajado fuera de España con sus amigos, así que les dijo emocionado: “Vale, ¿y a dónde queréis ir?”. Lo estuvieron pensando y decidieron ir al Oktoberfest. Landa se ríe. No era lo que esperaba. “Pero, ¿por qué no? No se trata siempre de viajar. Hay veces que hay que quitarle gravedad a las cosas y simplemente irte con tus amigos y reírte un rato, porque eso también es la vida”, sentencia.
Landa creció en Palencia, estudió en los Maristas y vivió allí hasta que se fue a estudiar Comunicación Audiovisual en la Universidad de Navarra. Antes de su primer documental, trabajó unos años en distintas productoras en Madrid. El primer proyecto arrancó en 1999 desde el mirador de Autilla del Pino, en Palencia, y les llevó en un pequeño coche hasta Singapur. “Este es el sitio”, dice con la meseta detrás, “este rincón de la provincia de Palencia sugiere lo que es nuestra intención, ver y conocer más allá de este horizonte”.
Ya había en ese chaval un cierto empuje, una gallardía que le llevaría hasta Singapur primero, y luego mucho más lejos. Después de este documental llegó Un mundo aparte. “Fue el delirio más absoluto aquel viaje”, cuenta. “Tuvimos que dormir muchos días en los asientos reclinables del coche. Había mucha precariedad presupuestaria, no teníamos GPS, no teníamos internet. Cuando llegábamos a un sitio teníamos que ir al hotel —o motel o cabaña— que habíamos mirado y llamar a la puerta. Muchas veces estaban cerrados y nos tocaba dormir en el coche”, recuerda.
Tribus perdidas
Después de eso llegó Pacífico, documental con el que recorrió 18 países buscando a las tribus más recónditas del sur de Asia. Su última creación es Atlántico, una expedición que le llevó desde Finisterre hasta el sur de África. Ahora tiene que compaginar todo eso con la crianza de sus dos hijos, de cinco el mayor y tres años la pequeña. Se podría decir que son su último proyecto. El otro día estuvo con ellos en el circo: “Creo que les encantó, pero desde luego, no mucho más que a mí. A mí me fascinó. Pero es que soy una persona muy fácil de sorprender”.
Hay una historia, de entre todas las que acumula, que cuenta a menudo. Estaba con Feliú y Negrón. Por muy precario que fuera ese viaje, ellos lo tenían todo planeado, pero siempre estaban dispuestos a salirse del plan si la historia era lo suficientemente buena. “Las mejores historias surgen en el camino”, dice convencido. Estaban en Alaska buscando comunidades esquimales. “En el Yukón había muchas aldeas inuits”, pero no tenían forma de llegar hasta ellas. Hasta que entraron en un bar. Un hombre se acercó y en voz baja les empezó a hablar de un lugar casi inhóspito: “Nos dijo, casi en un susurro, que él sabía llegar hasta un sitio muy especial donde todavía vivían algunos inuits: la isla de Diomedes, en el estrecho de Bering”. Es un punto insignificante entre Alaska y el extremo más recóndito de Rusia. Parece imposible que alguien viva en esa masa de hielo que casi no supera los cero grados de temperatura. “Cuando alguien te habla en un susurro de un sitio como ese, es cuando tienes que abrir más las orejas”, subraya.
Para llegar hasta allí tenían que coger dos aviones y luego un helicóptero que solo volaba hasta allí una vez a la semana. “No se podía reservar billete, había que ir hasta allí y probar suerte”. Se acercaron a la ventanilla para reservar el billete de avión y el productor, Feliú, pidió tres. “La encargada nos preguntó si eran de ida y vuelta, pero es que no teníamos ni idea de cuándo íbamos a poder volver. Así que Feliú, con toda la convicción del mundo, respondió: ‘Solo de ida’”, cuenta Landa entusiasmado.
Luego reflexiona: “Es que dedicarte a esto es un viaje de ida. Muchas veces no tienes que tener claro el plan B; hay que lanzarse. No hacer demasiados cálculos, porque entonces te lo pierdes”. Y con esa pequeña reflexión, se acaba la conversación y Landa se encamina hacia el centro comercial de Príncipe Pío. Tiene que comprar un regalo para su hija pequeña.
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