Roca Barea afirma que los episodios de brujería tienen un desarrollo similar, cuyo nacimiento y evolución detalla con precisión: “En primer momento afectan a muy pocas personas, gente muy joven, casi niños, y luego comienzan a complicarse esas historias relacionadas con brujas, hechizos, males de ojo y tratos carnales con Lucifer cuando llegan a los adultos y se alimentan de las venganzas familiares entre vecinos, hasta alcanzar proporciones dantescas e, incluso, llevarse la vida de cientos de miles de personas a lo largo de los años”.

Otra característica de las delirantes historias de brujas es que tienen lugar “en comunidades muy pequeñas, casi nunca en ciudades, donde las relaciones son muy estrechas”. 

La autora también señala que “los disparates sobre brujería con tremendos” y advierte que, “como esta provoca ensoñaciones oníricas de toda clase, ha sido muy difícil descubrir por qué se produjo”. Además, puntualiza que, "al contrario de lo que se cree", no fue en la Edad Media, sino en la Moderna, especialmente en el siglo XVII, cuando tuvieron lugar las grandes persecuciones de la brujería y la creencia generalizada en ella.

“Quién no se va a equivocar”, subraya con ironía, “si hasta se equivoca Umberto Eco”, en relación a la novela El nombre de la rosa en la que aparece “el típico inquisidor cazabrujas del imaginario colectivo”, pero que no responde a la realidad puesto que, en aquel siglo XIV en la que está ambientada, “la creencia en la brujería era menor y no había persecución real”.

Roca Barea describe en su primera novela, tras una ardua investigación y trabajo de documentación, lo sucedido en la aldea navarra de Zugarramurdi cuando en 1609 varias personas fueron acusadas de brujería y lo que parecía un episodio puntual, sin importancia, cobró una virulencia inusitada. “Empezó cuando unas personas fueron acusadas por sus vecinos, y a continuación se generó una ‘epidemia de acusaciones' en las que se incriminó a miles de personas”, afirma Roca Barea.

En medio de esa ‘epidemia’, el inquisidor general, Bernardo de Sandoval, envió a investigar a Logroño, sede del Santo Oficio, a Alonso de Salazar y Frías, y este se encuentra en medio de un delirio generalizado de cruces de declaraciones de hechizos, brujas, males de ojo, tratos carnales con Lucifer, declaraciones de atroces asesinatos y la utilización de niños como acólitos del diablo (al que se referían como ‘El Gran Cabrón’).

En su novela, Barea describe lo sucedido en la aldea navarra de Zugarramurdi, cuando varias personas fueron acusadas de brujería

Elvira Roca Barea recrea aquella Europa del siglo XVII en la que se realizó una masiva caza de brujas en un entorno marcado por las guerras de religión y los conflictos entre los diferentes reinos. Precisamente por ello, advierte sobre el carácter fronterizo de Zugarramurdi y la fuerte rivalidad entre España y Francia por el control de Navarra. “Y no hay que olvidar que entonces Francia tenía un rey navarro”, matiza la autora.

En este contexto, la historiadora ensalza la figura de Alonso de Salazar, un inquisidor que nada tiene que ver con el arquetipo que ha mostrado el cine de ellos, sino que se trataba de una persona que se guiaba por la razón en un mundo que apostaba por las tinieblas. “En aquel siglo XVII, el 99% de las personas creían que las brujas eran ciertas, y solo el 1% no, entre los que se encontraba Alonso de Salazar, una figura conocida y admirada fuera de España, porque aquí no se puede hablar bien de un inquisidor porque si no, te toman por fascista redomado”.

“Alonso de Salazar es un hombre que me inspira muchísimo. Fue un hombre que se enfrentó a una creencia generalizada en la sociedad de su tiempo, que pertenecía al 1% que no creía en las brujas y hay que ser muy valiente para enfrentarse a una creencia generalizada. Cuesta mucho no creerse lo que todo el mundo cree. Por ello, lo pasó francamente mal, pero no  dejó de poner por delante lo que a él le parecía más importante: la razón. En todo momento se agarró a ella ante lo que no se podía comprender. Hay tan pocos hombres así, poca gente tan valiente”, añade Roca Barea.

“En aquel siglo XVII, el 99% de las personas creían que las brujas eran ciertas", asegura Barea

“Tenía una inteligencia extraordinaria, era inteligente y, aunque no hay un retrato, sí hay una descripción que dice que hasta era guapo”, afirma Roca Barea sin ocultar su admiración por el inquisidor. También explica que el historiador danés Gustav Henningsen le describió como “el abogado de las brujas”, por la defensa que hizo de las acusadas en aquel mundo de sinrazón, y mostró su extrañeza debido a que en España apenas sea reconocido y no se le tome "como a un héroe nacional".

Zugarramurdi es, sin duda, el episodio más conocido de la caza de brujas en España. La historiadora considera que es debido a que “en él hubo un auto de fe y se implicó a la inquisición y esto genera morbo”, pero hubo muchos más casos.

Elvira Roca Barea afirma que tomó la decisión de escribir esta novela después de un reportaje con motivo de la muerte de Pío Baroja, “un autor que tiene buenos trabajos sobre la brujería y que dijo que lo de Zugarramurdi ‘quizá no fuera lo que parecía’. Durante mucho tiempo le di vueltas y acabé entendiendo por qué decía eso”. La respuesta a esa duda de Baroja es lo que ha desvelado en su novela.