Claudia Guerrero, técnica en investigación y proyectos europeos del Colegio Profesional de Ciencia Política, Sociología, Relaciones Internacionales y Administración Pública de la Comunidad de Madrid (Colpolsoc)
Efecto dominó: el 7 de octubre y el nuevo (des)orden mundial
El 7 de octubre de 2023 marcó algo más que el inicio de una guerra en Gaza: desencadenó una reacción en cadena cuyas consecuencias continúan desplegándose en múltiples frentes, casi dos años después. Aquel ataque de Hamás a Israel rompió no solo un frágil equilibrio regional, sino también la geopolítica que hasta entonces sostenía el sistema internacional. Desde esa fecha, cada nuevo movimiento, desde el colapso humanitario en Gaza hasta la reciente escalada bélica entre Irán e Israel, no ha hecho sino acelerar una transformación profunda del orden mundial tal como lo conocíamos.
Por Claudia Guerrero

La ofensiva israelí en Gaza, con una respuesta militar de proporciones devastadoras, desató un efecto dominó que ha arrastrado a todos los actores de la región: ha enterrado la posibilidad inmediata de una solución política al conflicto palestino, ha erosionado la normalización con los países árabes y ha empoderado a Irán y a los actores del llamado eje de la resistencia. La “guerra de los Doce Días” entre Israel e Irán este pasado mes de junio, la más directa entre ambos Estados hasta la fecha, no fue un episodio aislado, sino una consecuencia lógica de la acumulación de tensiones, donde Estados Unidos volvió a intervenir militarmente en Oriente Medio con ataques sobre instalaciones nucleares iraníes.
Pero este reordenamiento trasciende el escenario regional. La legitimidad del liderazgo occidental se ha visto fuertemente erosionada, sobre todo en el llamado Sur Global, donde la percepción de un doble rasero, entre Ucrania y Gaza, entre derechos humanos y alianzas estratégicas, ha alimentado un creciente descontento. Mientras tanto, Rusia y China capitalizan esta situación. Mientras que Moscú consolida su influencia en Asia Central y África, y Pekín refuerza su presencia económica y diplomática en Oriente Medio, actuando como garante de estabilidad frente a un Occidente cada vez más reactivo.
Europa, por su parte, ha quedado atrapada entre la retórica moral y la impotencia práctica, dividida entre aliados atlánticos y posiciones más críticas, sin lograr articular una estrategia coherente ni en Gaza, ni en Ucrania, ni ante la creciente multipolaridad. La reciente cumbre de la OTAN en La Haya ha acentuado esa dependencia, con varios países aceptando elevar su gasto militar hasta el 5% del PIB, una exigencia impulsada por Trump en un clima de presión e incluso amenazas veladas de represalias comerciales. Este alineamiento poco crítico con Washington evidencia la creciente subordinación europea, que sacrifica autonomía estratégica y convierte la política de disuasión en un instrumento de obediencia.
El 7 de octubre no fue un punto de inflexión regional, sino global. Fue el primer golpe de un dominó cuyas piezas siguen cayendo, con epicentro en Gaza, pero con ondas expansivas que reconfiguran los equilibrios de poder, la legitimidad del sistema internacional y las reglas mismas del juego mundial.
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