Coro de la Delegación Territorial de la ONCE Andalucía
Más allá del coro
Hay coros y coros. Los de siempre, con la música por delante, y otros, los menos, con un componente social que trasciende al valor de una partitura, que va más allá de una interpretación porque cada ensayo y cada concierto se transforma en una terapia de grupo de efectos muy beneficiosos para la salud.
Por Luis Gresa | Fotografías: Salva López

El coro rociero de la Delegación Territorial de la ONCE Andalucía, puesto en marcha en 2019 en Sevilla, es un ejemplo de esas agrupaciones musicales que, más allá de lo que cantan, inyectan vida entre sus componentes con efectos secundarios que se traducen en una alegría y ganas de vivir contagiosas para el público, pero, sobre todo, para ellos mismos.
El grupo lo conforman 18 personas, aunque suelen actuar 12 por las bajas ocasionales que se producen. Cuentan con guitarra, caja, bandurria y laúd, pero les falta la flauta para colmar las aspiraciones del director, Javier Alonso. Cada miércoles ensayan en el salón de actos del Centro de Recursos Educativos de la ONCE en Sevilla y perfilan los repertorios que suelen protagonizar en residencias de mayores, centros de día y de discapacidad, un ámbito en el que se han hecho un hueco propio dentro de su programación. “Estamos deseando que nos llamen de la ONCE”, afirman.
Inmaculada Gutiérrez tiene desprendimiento de retina de nacimiento, además de miopía magna. Por sus venas corre sangre de la ONCE. “Yo siempre he vivido, como se suele decir, entre cupones”, afirma con un punto de brillo en los ojos. De seis hermanos, tres son afiliados a la Organización. Su padre, Francisco Gutiérrez, ciego desde los cuatro años, fue uno de los primeros delegados locales –como se llamaban antes– que tuvo la ONCE en municipios como Écija, Arahal, Sevilla y Dos Hermanas. Eran los últimos años del franquismo y los primeros de la democracia en España.
Inma ha sido vendedora buena parte de su vida y, como su padre, ha dirigido la ONCE en agencias de ámbito local, en su caso, Coria del Río, Utrera y Alcalá de Guadaíra, su última plaza antes de poner fin a 31 años de entrega laboral a la ONCE.
Siempre le gustó cantar. “Llevo el cante en mi casa, aunque estábamos divididos: tres que cantaban muy bien y tres que tenían una oreja enfrente de la otra –explica con el desparpajo y la alegría que le identifican–. Mi madre cantaba divinamente por Marifé de Triana y Paco Pinto, ‘El Niño de Écija’. Y mis hermanos Salvador y Paco, los dos afiliados, cantan también muy bien, hasta por Camarón. En todas nuestras reuniones familiares el cante era bueno”, apunta.
Para ella, el flamenquito es también una forma de ser ante la vida. “A mí me ha sacado de mucho cuando una se viene abajo”, explica. “Afortunadamente, no llego a ser ciega total, pero cuando he tenido tantos desprendimientos de retina y pasado por muchísimas operaciones, a mí la música me ha transportado a no pensar cosas. Que me podía haber vuelto loca, vamos”, añade. Incluso en los momentos más críticos de sus convalecencias, su padre se arrancaba por algún palo para imponer la alegría en la casa.
Concluida su trayectoria laboral, Gutiérrez ha seguido involucrada en toda la programación que la Organización despliega para sus afiliados y el coro forma parte de la oferta de talleres que realiza la Delegación Territorial desde 2019. “Me dijeron que había un coro, fui a verlo y me enganché”, comenta.
Aurora Reina: “Aprender canciones de memoria me da fuerza”
Aurora Reina es la más pequeña de siete hermanos. Sus padres observaron pronto que no veía bien, igual que su hermana mayor, debido a una miopía magna. “A los tres años, ya no veía la pizarra”, recuerda. Hoy guarda apenas un mínimo resto visual, pero asegura que todavía se defiende. “Yo no veo, no defino las caras de las personas, veo la silueta, como si estuviera en una niebla constante, así es la pérdida de mi visión”, explica.
A los 44 años se afilió a la ONCE, donde ha trabajado como vendedora en Camas durante casi 16 años. “La verdad es que soy una persona más bien tímida y lo pasé mal al principio. Pero después me acogieron muy bien y he dejado allí unas amistades y unas personas que me han apreciado muchísimo. Les estoy muy agradecida”, resume.
Además de ser una de las voces más respetadas en el grupo, es una de las integrantes fundadoras del coro, de las que más empujó por conseguir que la Delegación Territorial tuviera coro propio y, por tanto, una de las más veteranas. “Siempre me ha gustado cantar porque mi madre era una cantarina y nosotros éramos cinco chicas y dos chicos y todas las chicas cantaban mucho”, relata.
A sus 76 años, Reina reconoce sin matices que el coro ejerce de alivio y terapia en su vida. “Esa ilusión de venir para acá y poder cantar me ayuda muchísimo con mi estado anímico. Yo trato por todos los medios de salir adelante, pero tengo mis ‘bajonas’ y me vengo un poquito abajo. Lo mío es aprenderme las letras de memoria y eso me da fuerza y alegría y me encuentro más a gusto. Es una inyección de motivación”, sostiene.
María Luisa Páez: “Yo vivo las canciones”
María Luisa Páez (72 años) siempre se ha considerado una niña normal del barrio de Triana, al otro lado de Sevilla. Ya grandecita, dice, le dejaban ir al centro sola con las amigas; y ya adulta comenzó a trabajar en la consulta de un médico. Pero a los 40, comenzaron los problemas con la visión.
“Un día fui a graduarme la vista y me dijeron que tenía la tensión alta. Y ahí empezaron a controlarme. Me operaron en el (hospital) Virgen del Rocío para bajarme la tensión, tuvieron que hacer un trasplante de córnea en un ojo y así he ido tirando hasta que a los 60 empecé con grandes problemas. Y a los 62, ya se acabó, no veía nada”, relata con un ápice de resignación.
“Lo pasé bastante mal. Tuve un tiempo que no quería saber nada de nadie, no salía, no hablaba por teléfono, solamente estaba triste”, recuerda. Hasta que, un día, su hija, residente en Madrid, se plantó en Sevilla para llevarle a la ONCE. Allí encontraron un mundo nuevo que abre sus puertas cada vez que alguien pierde la visión y asume su nueva realidad. Y su capacidad de asombró fue a más, inmersa en el mar de posibilidades que ofrecen los profesionales de los Servicios Sociales de la ONCE para ayudar a adaptarse a esa nueva situación.
“Me tocó una psicóloga fabulosa, Ángela, con mucha experiencia. Solo con ella ya se me abrió la mente por completo”, explica. Luego descubrió que los iPhone están preparados para las personas ciegas, que podía apuntarse a los talleres para conocer gente y volver a salir a la calle, tomar algo con nuevas amigas, realizar visitas, ir al programa de Juan y Medio o al de María del Monte en Canal Sur… Y así fue como llegó primero al taller de las sevillanas de Pepe Galán y luego, al coro.
“Eso me fue animando, poquito a poco, para tener ilusión y comprender que la vida me había cambiado, pero que podía seguir para adelante y, sobre todo, aprender muchas cosas para no quedarme atrás”, admite. Ahora, los ensayos son parte intocable de su rutina. “Los miércoles que no me digan que tengo que ir a otro sitio, que me niego”, subraya con énfasis. “El coro para mí es sagrado. Es un aliciente en mi vida porque, además, me reúno con los compañeros y, como cantar me gusta, pues allí me lo paso genial. El coro para mí es todo ahora mismo. Lo paso fabuloso allí”, reconoce. Ella se adapta bien a cualquier repertorio de sevillanas y rumbas, aunque admite que prefiere los villancicos, su debilidad.
Javier Alonso, director: “El coro ha mejorado al cien por cien”
A Javier Alonso la música le ha gustado desde pequeño. Estudió Magisterio y siempre Música fue la asignatura en la que conseguía mayor nota. Pronto entraría en ‘Los de la Sierra’, un grupo de sevillanas de su pueblo, Constantina, con los que actuó en las ferias de las localidades de la comarca de la Sierra Norte de Sevilla y siempre era él quien montaba la fiesta en cualquier sarao familiar o de amigos.
Ahora, ya jubilado, dedica el cien por cien de su tiempo a la guitarra, al principio con un grupo de “un poco de rock”, como lo define él, hasta que la afición recondujo la dirección hacia el repertorio de sevillanas y rumbas. Desde hace cuatro años dirige el coro de la Delegación Territorial de la ONCE.
“Es una desorganización tremenda”, comienza quejándose. “Es muy difícil dirigir a un grupo de personas ciegas porque tú no puedes señalar con la mano cuando tienen que entrar y he tenido que aplicar una serie de trucos para que esto siga adelante. Y he conseguido bastante”, se consuela. “Las entradas las hacen un poquito mejor y las letras también. Empezamos con un repertorio de seis o siete canciones y ahora tenemos uno de 30 o 40 y muchos villancicos”, dice finalmente orgulloso.
A Javier, exigente, perfeccionista, le gustaría que todos los componentes del grupo asumieran con mayor profesionalidad la disciplina que conlleva un coro de estas características y asume con cierta resignación el factor terapéutico que impone la propia identidad de la agrupación más allá de su calidad artística. “Para ellos por supuesto es un coro terapéutico, como una vía de escape para el que entra a la ONCE”, afirma.
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