Se cumplen 80 años de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki
La sombra que cambió el mundo
Cuando se cumplen ocho décadas desde que las bombas atómicas borraran las dos ciudades del mapa y llevaran a la humanidad a una nueva era con su posible autodestrucción, los ‘hibakusha’ –los supervivientes de aquellas explosiones– alzan la voz para que la historia no se repita. Sus cuerpos son archivo del dolor, y su testimonio, un clamor por la paz.
Por Pablo Garrido

Lo que ocurrió aquel 6 y 9 de agosto de 1945 cambió para siempre la naturaleza de la guerra y la relación entre las naciones, revelando la capacidad destructiva del ser humano a una escala inimaginable. Ochenta años después, la humanidad se ve obligada a recordar uno de sus capítulos más sombríos y alertadores: los bombardeos atómicos sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.
Hoy, con el eco de las sirenas resonando desde Oriente Medio entre Israel e Irán, o entre India y Pakistán, el mensaje de los supervivientes de aquella masacre resuena con una urgencia aterradora, advirtiéndonos de que el temor ante una guerra nuclear no deja de estar presente.
El 8 de mayo de 1945 la Segunda Guerra Mundial estaba llegando a su fin, la Alemania nazi capituló y puso fin al conflicto en el continente europeo. Mientras tanto, la contienda persistía ferozmente en el Pacífico, donde Estados Unidos y Japón llevaban cuatro años enfrentados en una brutal disputa. El país nipón había expandido su imperio por Asia, formando parte de las potencias del Eje junto a Alemania e Italia, y su ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 había provocado la entrada activa de Estados Unidos en el conflicto.
Durante todo este transcurso de tiempo y en absoluto secreto, el país norteamericano, con la ayuda de Reino Unido y Canadá, había desarrollado la primera bomba atómica a través del Proyecto Manhattan. El 16 de julio de 1945, la prueba Trinity, en el desierto de Nuevo México, confirmó su devastador potencial.
Fue entonces cuando el presidente estadounidense, Harry Truman, lanzó un ultimátum a Japón exigiéndole la rendición porque si no se enfrentaría a una destrucción masiva. Pero, a pesar de la capitulación alemana, Japón no cedió. La decisión de usar la bomba atómica era ya un hecho y solo quedaba determinar cómo y dónde se usaría para lograr la rendición nipona.
Hiroshima y Nagasaki
El 6 de agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana, el bombardero B-29 Enola Gay liberó la bomba de uranio Little Boy sobre Hiroshima, una ciudad que no había sido bombardeada previamente y que albergaba una base militar. El artefacto, que contenía 64 kilogramos de uranio enriquecido (de los cuales solo un 1,4% se fisionó), detonó a 600 metros de altura con una fuerza equivalente a 15.000 toneladas de TNT (16 kilotones).
El resultado fue devastador. Una gigantesca bola de fuego se apoderó de la ciudad y el calor extremo, que superó los 5.000 grados Celsius, abrasó a muchas personas al instante, dejando literalmente incrustadas sus “sombras de muerte” grabadas en calles y muros. Se estima que murieron entre 50.000 y 100.000 personas el día del impacto y, además, la ciudad quedó destruida en un área de 10 km², con dos tercios de sus edificios reducidos a escombros, e incendios durante tres días.
Esto no hizo que Japón se rindiera y tres días después, el 9 de agosto de 1945, el bombardero Bockscar lanzó una segunda bomba (Fat Man) sobre el país nipón, esta vez sobre Nagasaki. Este explosivo de plutonio, con una carga de 6 kilogramos, detonó a 550 metros de altura y, aunque su explosión fue más potente (equivalente a 21.000-25.000 toneladas de TNT o 21 kilotones), el terreno montañoso de Nagasaki redujo el alcance de destrucción. Aun así, también hubo miles de muertos, entre 28.000 y 49.000, y prácticamente media ciudad en ruinas.
Los ‘hibakusha’
Los bombardeos hicieron recapacitar a Japón y su rendición oficial se firmó el 2 de septiembre de 1945, a bordo del USS Missouri en la Bahía de Tokio, poniendo fin a la Segunda Guerra Mundial. No existen cifras definitivas de cuántas personas murieron directamente o en los meses siguientes por las heridas y la radiación, pero las estimaciones más conservadoras apuntan a 110.000 para diciembre de 1945. Mientras que otros estudios sugieren que la cifra total de víctimas pudo ser más de 210.000.
Los supervivientes de estos bombardeos eran conocidos como los hibakusha. Muchos de ellos sufrieron el síndrome agudo de radiación, diarreas, hematomas, pérdida total o parcial de pelo y una disminución extrema de los glóbulos blancos. Con el tiempo, muchos desarrollaron cataratas y, de manera alarmante, un aumento drástico en casos de leucemia. También otros tipos de cáncer, como los de tiroides, seno, pulmón, estómago e hígado, que se cobraron la vida de casi dos tercios de los supervivientes atendidos por la Cruz Roja.
Además, a las secuelas físicas hay que sumarle las psicológicas. Los hibakusha han padecido graves trastornos psíquicos, alteraciones de su conducta social, discriminación por su aspecto físico y un sentimiento de culpa y miedo constante a desarrollar nuevas enfermedades.
Nobel de la Paz
Ochenta años después, los hospitales de la Cruz Roja japonesa siguen atendiendo a miles de estos supervivientes por los bombardeos. La organización Nihon Hidankyo, Premio Nobel de la Paz 2024, reúne a estos supervivientes para concienciar al mundo. Su copresidente, Shigemitsu Tanaka, fue uno de aquellos afortunados.
Tanaka apenas tenía cuatro años cuando la bomba de Nagasaki impactó a seis kilómetros de su aldea. Eso sí, todavía recuerda cómo fue el impacto. Relata, como otros supervivientes, que escuchó el ruido ensordecedor de un avión y justo después, vio una luz blanca y cegadora. En ese instante ni su familia ni él parecían tener síntomas por la radiación. Lo peor estaba por llegar. En una entrevista con Servimedia recordó cómo su madre, que asistió a muchos de los heridos, le contaba que sus heridas eran de tal magnitud que “no parecían seres humanos” y que lo que vio “era como el vivo retrato del infierno”. Ella sufrió durante toda su vida de afecciones relacionadas con la tiroides y el hígado, mientras que su padre y uno de sus hermanos fallecieron a causa de cáncer. Incluso uno de sus nietos nació con graves problemas de salud y falleció a los pocos días. En cambio, Tanaka llevó una vida relativamente normal, hasta que en el año 2000 sufrió un infarto y fue entonces cuando se unió a Nihon Hidankyo para concienciar, con su experiencia, sobre la guerra nuclear.
Otros hibakusha han compartido historias igualmente impactantes. Terumi Kuramori, que tenía apenas un año en Nagasaki y vivía a 5,8 kilómetros del hipocentro, tuvo que huir con su madre y hermanos mientras su padre se quedaba a ayudar. Sus hermanos y su padre murieron por el envenenamiento radiactivo, y ella tuvo que vivir con el estigma y el rechazo que conlleva haber estado expuesta a la radiación.
Lluvia negra
Masao Ito, de Hiroshima, que tenía cuatro años y estaba a 3,5 kilómetros del hipocentro, recuerda la “lluvia negra” (un fenómeno que surgió tras los bombardeos, debido a la enorme presencia de materiales radiactivos liberados en el ambiente) y ver cuerpos quemados en el parque junto a su casa. La enfermedad de su padre le obligó a trabajar desde los 15 años, y aunque al principio odiaba a Estados Unidos, el origen de los medicamentos que le salvaron la vida lo llevó a convertirse en activista. Muchos de los supervivientes y él insisten en que “los seres humanos no pueden coexistir con armas nucleares”.
Ciudades hoy habitables
Pero a pesar de la devastación, Hiroshima y Nagasaki son hoy ciudades prósperas y habitadas, con plazas y museos que rinden homenaje a las víctimas. Esta recuperación contrasta fuertemente con lugares como Chernóbil, una zona de exclusión que actualmente es inhabitable. La clave radica en la cantidad y el tipo de material nuclear liberado, así como en la ubicación de la detonación.
Las bombas atómicas detonadas en el aire dispersaron los depósitos radiactivos, mientras que el colapso del reactor de Chernóbil liberó toneladas de combustible nuclear a la superficie haciendo que la tierra misma se volviera radiactiva con isótopos de vida mucho más larga. Se calcula que tendrán que pasar más de 20.000 años para que la zona vuelva a poder ser habitada.
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