Lobo ibérico: Orgullo y pesadilla del campo español
Mientras aumentan las muertes de ganado por ataques del lobo, los pastores debaten encarnizadamente sobre mantener la protección o que se autorice su caza controlada.
Por Daniel Alonso
Son las 12 de la mañana de un día nublado y lluvioso de este invierno en Brasoñera, un pequeño pueblo al norte de Palencia, cuando el pastor Gonzalo Díez abre la puerta corredera de su nave y se queda quieto, en tensión, con la mirada clavada en el cielo. “Ahí hay algo”, dice para sí mismo, nervioso, justo después de haber tenido una larga conversación sobre la amenaza del lobo para su rebaño de cabras.
El peligro por este depredador le ha obligado a dejar a las hembras y sus crías en la nave mientras el resto pasta en el monte. “Están ahí los buitres, míralos, se han tirado justo en ese punto”, dice mientras agarra su bastón y llama a su perra Chispas, un border collie que le sigue tan de cerca como su sombra. “No te vayas muy lejos, que ahora te voy a llamar”, le dice al periodista antes de perderse por caminos llenos de barro. Tiene que comprobar si el lobo ha vuelto a matar a alguno de sus animales.
Díez es un joven de 28 años enamorado del campo que hace cinco años decidió comprar un rebaño de 200 cabras y hacerse pastor. Poco después de lanzarse en esa aventura empresarial y personal, en 2021, entró en vigor la prohibición de cazar al lobo ibérico en la península. El animal pasó a ser una especie protegida.
Desde entonces, este depredador ha sido la pesadilla de Díez, que ha visto morir a más de cien de sus animales entre sus fauces. Los ataques le obligan a estar siempre alerta. “Ya no nos tienen miedo, están sobreviviendo a base de ganado. Muerden a las cabras delante de mí, aunque vaya con los cinco mastines y con Chispas. Uno de los lobos distrae a los perros y el otro las muerde. Luego se escucha el chillido, los mastines corren a por el lobo, pero la cabra ya está muerta”, se lamenta Diez.
Más ataques
Su caso no es aislado. El número de ataques y animales muertos registrado ha aumentado en los últimos años. La Consejería de Medio Ambiente de Castilla y León registró 3.034 ataques de lobo en explotaciones ganaderas de la región y 5.080 cabezas de ganado muertas como resultado durante 2022. El incremento con respecto a 2021 es del 19%, y entre 2015 y 2022 se ha duplicado el número de animales muertos.
En Cantabria, el número de solicitudes de compensación de daños por culpa del lobo ha superado ya las que recibieron en 2022, de 1.926 a 2.111 registradas a principios de diciembre. El resto de comunidades se encuentran en situaciones similares: con el aumento del número de lobos han aumentado sus necesidades de alimentación y, finalmente, los ataques al ganado.
El poni de Von der Leyen
El conflicto entre la protección y caza del lobo va más allá de la cordillera de los Pirineos. Hasta Úrsula Von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea, ha apoyado las reclamaciones de los ganaderos. Poco después de que un lobo matara a Dolly, el poni que había acompañado a la presidenta durante treinta años, la Comisión empezó a revisar la situación del lobo en el continente. El proceso todavía está en marcha y no se prevé que llegue ninguna decisión firme en mucho tiempo. “La concentración de manadas de lobos en algunas regiones europeas se ha convertido en un peligro real para el ganado, y potencialmente también para los humanos”, ha dicho la presidenta, aunque en España no se ha registrado ningún ataque de lobos a personas en este siglo.
Las ayudas por los daños de lobos, cuya cuantía aumentó en abril de este año en Castilla y León, no son suficiente para los pastores. Las ovejas muertas se pagan a un precio que ronda los 160 euros, las cabras a 155, mientras que un toro o una vaca adulta puede llegar a pagarse a 1.500 euros. En el terreno, Díez defiende que las ayudas no pueden ser la solución al problema. “Yo no estoy criando animales para que me los maten, yo los tengo para tenerles, para dar un producto a la gente y porque es a lo que me dedico. Yo no estoy criando cabras para dárselas al lobo”, sentencia el pastor.
A su alrededor, decenas de crías de menos de un mes corretean en las pequeñas jaulas donde Díez las guarda hasta que crecen lo suficiente como para salir al campo. Algunos cabritos, de orejas grandes y largas, se entretienen comiendo heno, mientras otros buscan nerviosos las ubres de sus madres.
Disputa de pastores
Más allá de la grilla política en la que los partidos y asociaciones de derechas defienden una postura agresiva con el lobo y los partidos de izquierdas, junto con organizaciones animalistas, defienden sin ambages la protección del lobo, el conflicto enfrenta entre sí a los propios pastores. Hay algunos, cada vez más, que aseguran estar en paz con la presencia de este animal salvaje en sus montes. Leandro Valle, de 58 años, es hijo y nieto de pastores de la región norte de Burgos y se encarga, junto con sus tres hermanos, de un rebaño de unas 900 ovejas que pastan en los límites de Quintana de Valdivieso, el pueblo en el que nació.
Su lucha contra los pastores que están a favor de matar al lobo es frontal, y esa postura le ha traído muchos problemas con sus compañeros de profesión. “Muchas veces, la culpa es del ganadero que no cuida bien a su ganado”, sentencia desde el lugar donde resguarda a sus ovejas de la lluvia. “No solo vale con tener ovejas, hay que venir y atenderlas y estar con ellas”, asegura.
“No estoy criando cabras para dárselas al lobo”, sentencia el pastor Gonzalo Díez, que ha perdido cien animales en ataques de este carnívoro
Valle opina que el problema no es la presencia del lobo, sino los pastores y ganaderos que no están con su ganado y que no ponen las medidas necesarias para proteger a su rebaño. “Para el manejo correcto del rebaño”, explica, “tiene que haber siempre un pastor con unos perros, alimentar bien a los animales y, por la noche, que estén cerradas en una nave”.
Prevenir los ataques
Esas indicaciones, que él sigue al pie de la letra, han conseguido que en estos últimos años no haya muerto ninguna de sus ovejas a mano de los lobos. Ha tenido alguna experiencia complicada con ellos, pero sus mastines han conseguido defender al rebaño. “Hace un tiempo tuvimos un encontronazo con uno, estaba solo. Los perros se pusieron en círculo y le fueron expulsando porque el lobo es listo, donde no puede no entra”, cuenta. “Lo fundamental es la presencia del humano. Uno de los grandes errores es pensar que el mastín puede proteger solo al rebaño, pero no es así, también hace falta que esté el pastor”, se queja.
Al fondo de la carpa donde las guarda, las ovejas se van recostando sobre el suelo. En el exterior, los cinco mastines, más grandes que un lobo adulto, se tumban sobre la tierra convertida en barro por la lluvia. Y a 85 kilómetros al oeste, en Brañosera, una estampa completamente diferente. Díez, el joven pastor avasallado por los lobos, llama para dar una buena noticia: “Al final no eran mis ovejas. Me he acercado hasta la zona que estaban sobrevolando, pero no he visto nada”. Aun así, los nervios por los ataques nunca se le van del todo. “Es levantarte por la mañana y estar mirando al cielo a ver si hay buitres, o llegar a por las cabras y ver que están nerviosas y buscar hasta que encuentras los restos de la cabra muerta”.
Las dos historias se contradicen entre sí, son relatos opuestos que conviven en una misma zona geográfica, separadas apenas por unos cuantos kilómetros. Solo coinciden en una cosa: el amor de los pastores por el campo y el pastoreo. Así que, como decía Félix Rodríguez de la Fuente al comienzo de uno de sus documentales: “No pretendemos hacer apología del lobo ibérico. Sabemos que tiene muy mala prensa, igual que el tigre en la India o el león en África, así que, después de ver esto, podrán seguir pensando que los lobos son malos o que los lobos son buenos. Eso ya depende de ustedes”.
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