Guerra de Ucrania
Vira Bilobaba: Una vida para historia
“Mi mayor deseo es que haya paz”. Así lo dice Vira Bilobaba, una anciana ucraniana que sufrió la represión de Stalin, sobrevivió a la II Guerra Mundial, a la Unión Soviética y ha sido testigo de la independencia de su país. Ahora ve con tristeza como este está siendo aniquilado en otra contienda por Rusia, que ha pasado de hermano a enemigo. Su hija, una reputada pianista, la rescató de ese horror y la trajo a España.
Por María José Álvarez
De amplia sonrisa y ojos brillantes, sus 94 años de vida son historia con mayúscula. La que protagoniza la gente anónima que no tiene reconocimiento y que merece ser contada. Se llama Vira Bilobaba y nació en Kiev cuando daba sus primeros pasos la gigantesca URSS, el primer estado comunista del mundo. La brutal represión de Stalin acabó con la vida de su padre, al ser tachado de enemigo del régimen, condenando a su madre y a sus tres hijos a una vida de penurias. Sufrió la invasión alemana en la II Guerra Mundial, el telón de acero, su caída y la independencia de Ucrania en 1991. Pasó de las estrecheces y la falta de libertad a la abundancia y al disfrute de ella. Ahora, una nueva contienda ha quebrado su apacible existencia y la ha traído a España convertida en refugiada.
Ha vivido muchas vidas en una. La primera comenzó cuando una noche de 1937 los esbirros de Stalin llamaron a la casa de campo familiar de Irpín. Era la una de la madrugada e iban en busca de su padre. “Recoge tus cosas. Nos tienes que acompañar a una reunión, le dijeron. Nos echamos a llorar”, indica Vira. Lo fusilaron poco después, junto a un nutrido grupo de hombres. Los asesinatos formaban parte de la Gran Purga ejercida por el dictador con la excusa de ser “contrarios al régimen”.
Ella, la menor de tres hermanos, tenía 8 años. Su existencia y la de los suyos cambió de forma brusca. Su madre tuvo que trabajar mucho para sacar a sus hijos -dos chicas y un chico- adelante. Los ingresos de su marido como empleado en una fábrica de azúcar desaparecieron y, con ello, tuvo que emprender una dura etapa que ensombreció para siempre su rostro. “Recorría pueblos a pie en busca de leche que vendía algo más cara para alimentarnos”, relata.
“No pasamos hambre porque los alemanes nos ofrecían comida”, afirma Vira
Así discurrió la existencia de los Bilobaba hasta el estallido de la II Guerra Mundial que llevó a Alemania a invadir Rusia en 1941. “Lo anunciaron los altavoces. Recuerdo como si fuera hoy los primeros bombardeos, los cadáveres en la calle, el miedo... Mi hermano se fue a combatir; por suerte, regresó sano y salvo”, agrega, buceando en su pasado.
Un día, varios soldados alemanes tocaron su puerta. “Querían que vaciáramos una habitación para ellos”. Lo que parecía el preludio de una pesadilla que podría haber acabado con las tres mujeres expulsadas de la vivienda o víctimas de abusos, no lo fue. “Eran muy jóvenes y nos ofrecían la comida empaquetada que traían, por lo que no pasamos hambre. No puedo decir nada malo de ellos, los rusos fueron mucho más crueles con nosotros”, precisa Vira. No estuvieron mucho tiempo: el fracaso de las intenciones de Hitler propiciaron su marcha.
Su segunda vida empezó al término de la contienda. Se casó con un informático que la adoraba con quien tuvo una vida sencilla junto a su única hija, Victoria. No quiso más. Las privaciones del comunismo, la pobreza y las calamidades que pasó su madre, fueron las causas. No pudo estudiar, pero un curso de mecanografía le proporcionó un empleo en una empresa dedicada a la topografía con sede en Moscú. “Estaba bien considerada y la respetaban mucho. Nunca se metía en chismes, algo que me inculcó desde niña”, asegura su hija que hace de traductora.
Acomplejada y acusada de ser hija del enemigo
“Estuve acomplejada y traumatizada en la escuela. Cuando me preguntaban por mi padre decía que había muerto, evitaba decir quién era porque los niños aseguraban que era el enemigo y que por eso lo habían matado”, rememora Vira, de aspecto fuerte y tierno a la vez. La caída de Stalin puso fin a esas acusaciones al proclamar su inocencia, así como la de miles de víctimas del régimen y, aunque no recibieron ninguna indemnización, les ayudó a mitigar ese estigma.
El día a día en el régimen comunista no fue fácil. “Había que hacer cola en las tiendas en las que no había de nada y turnarse para pasar la noche y comprar la mercancía que llegaba al día siguiente. Por ejemplo, si decían que iba a venir un camión con salchichas o embutidos nos daban solo un kilo si no se acababan antes. Si llegabas a tiempo, te ibas tan contenta porque tenías para alimentar a los tuyos”, relata. “La carne, el pescado o fruta, como plátanos o mandarinas, era imposibles de conseguir. Adquirir unos vaqueros o unas botas, todo un lujo, costaban tres noches de espera tras inscribirse en una lista. Y un coche, la friolera de diez años”, precisa. Sin embargo, a la privilegiada clase dirigente no le faltaba de nada.
"Adquirir unos vaqueros o unas botas era todo un lujo, costaba tres noches de espera tras inscribirse en una lista", relata
La escasez desapareció con la desintegración de la Unión Soviética en diciembre de 1991. El muro de Berlín había caído en 1989 y el régimen se descomponía. Ucrania proclamó su independencia días antes de que se ratificara oficialmente la extinción de la URSS. Era un potencial mercado que atrajo a cientos de empresas extranjeras. “Se acabó hacer la colada a mano porque llegaron lavadoras, frigoríficos, televisores, había comida, ropa, se podía viajar… El proceso fue rápido y positivo”, afirma la anciana en esa tercera vida en la que descubrió un mundo diferente al que había conocido.
Vira enviudó poco antes de la anexión rusa de Crimea. Enganchada al móvil que lleva colgado al cuello para comunicarse con su hija, que vino a España una temporada y acabó ganando la plaza de pianista en la Compañía Nacional de Danza (CND), la invasión de Putin a Ucrania sorprendió a Victoria en Kiev. Los rumores sobre que “algo se tramaba en Moscú” arreciaban y fue a visitar su madre. Los bombardeos empezaron la madrugada del 24 de febrero de 2022, horas después de su llegada. Tras una semana de intensos ataques a la población civil, cuando el peligro acechaba y un misil destruyó el edificio situado frente al domicilio familiar, la artista decidió rescatarla de esa pesadilla y traerla a nuestro país en un apresurado y arriesgado viaje.
Estuvieron cinco días en un coche hasta cruzar la frontera por Hungría. La de Polonia estaba colapsada. Cuando empezaba el toque de queda se refugiaban en casas particulares a través de la red de solidaridad que se creó. En Budapest la embajada española les facilitó los billetes de avión con destino a Madrid, gracias a la mediación de la CND. En el vuelo, la tensión acumulada por la anciana afloró y su corazón, un poco tocado, se resintió: tuvieron que suministrarle oxígeno. Desde entonces, su salud se quebró.
En su cuarta vida, Vira ha adquirido la condición de refugiada y pasa los días en una residencia de ancianos. No es la única, pero sí de las pocas víctimas de la invasión que están en esta situación, precisa la embajada ucraniana. Pese al desconocimiento del idioma, no ha perdido su eterna sonrisa y la mirada curiosa que denota interés por lo que le rodea. En el año que lleva en el centro ha aprendido a saludar, a interactuar con la gente y a sentir ese lenguaje universal en el que no hacen falta palabras. Es feliz cada vez que su hija acude a verla y responde, agradecida, si se le habla en su lengua.
Vira ha adquirido la condición de refugiada y pasa los días en una residencia de ancianos
“Me siento más rusa que ucraniana porque el ruso es mi idioma materno”, recalca, aunque si se le pregunta que de dónde es afirma, sin dudarlo: “Ucraniana”. “Mi mayor deseo, el único, es que haya paz. Jamás pude imaginar que viviría otra guerra. Era algo impensable. Solo quiero que acabe este horror”, dice esta mujer, curtida en mil batallas. En su pensamiento, como en el de Victoria, está siempre su único nieto e hijo, respectivamente.
La historia se repite: ahora, el joven, de 31 años, defiende como voluntario a su país como hizo antes su abuelo, con 18, para combatir a los nazis. Fue un veterano de guerra reconocido por el Reichstag de Berlín donde estampó su firma. “Es otro valiente que no perdona lo que ha hecho Putin. Su padre, ruso, falleció hace un año de un infarto. Le dolía mucho que su país hiciera tanto daño y provocara la muerte de miles de jóvenes entre los que podría estar su hijo. No lo pudo soportar”, indica Victoria.
“Mi hijo, diseñador gráfico y estudioso de la cultura japonesa, había alcanzado su sueño: hacía exposiciones, conciertos y actividades vinculadas al arte en un pabellón cedido por el Ayuntamiento de Kiev. Era feliz, se acababa de casar… Y lo ha perdido todo. No tiene nada. No tiene nada que hacer. Solo le queda ir a la guerra”, explica la pianista, con la emoción y la preocupación reflejada en el rostro. Su vida, como la de Vira, ha dado un vuelco dramático. Y la tristeza y el temor le han borrado la sonrisa heredada de su madre.
España cuenta con más de 180.000 ucranianos refugiados
España ha superado las 180.800 protecciones temporales a refugiados ucranianos desde que su puso en marcha este mecanismo de protección extraordinario, que concede permiso de residencia y de trabajo de forma inmediata a los desplazados por la invasión rusa. Así lo indican los últimos datos oficiales del 7 de julio pasado del Ministerio del Interior. La Comisión Europea ha decidido prorrogar esa medida hasta marzo de 2024.
El 62 % de los beneficiarios son mujeres (112.591) y el 38 %, hombres (68.194). El 32 % tiene menos de 18 años; el 26 %, entre 19 y 35 años; el 35 %, entre 36 y 64; y el 7 %, más de 65 años. El 98,1 % son ucranianos y el resto, de otras nacionalidades. Comunidad Valenciana (50.066), Cataluña (41.343), Andalucía (25.952) y Madrid (24.972) son las comunidades en las que se han concedido más protecciones
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