Los olores de la Edad Media

La Edad Media no fue esa época sucia que nos ha transmitido el cine. Entonces las ciudades olían “a humo de leña, a estiércol y a mucho trabajo”, según una investigación que desmiente muchos prejuicios sobre aquel periodo histórico.

Por Pedro Fernández

17/04/2024
Mercado en la Edad Media.

Flotaba humo en el ambiente, pero no solo en los meses fríos, lo hacía durante todo el año. En la Edad Media la leña era la base para el calor doméstico, la cocina y la iluminación dentro del hogar. “Tras el humo, habría muchos olores de animales y campestres, y eso incluye tanto el estiércol como el bosque, o las plantas aromáticas del huerto”, afirma Javier Traité, uno de los autores del libro El olor de la Edad Media: higiene y saludo en la Europa Medieval, de la editorial Ático de los Libros. Pero la Edad Media también olía a “trabajo, mucho trabajo”, añade Consuelo Sanz de Bremond, la otra autora de esta obra de cuatro años de investigación que pretende desmontar numerosos mitos sobre la limpieza que han acompañado siempre a este periodo histórico.

¿Qué hay, entonces, de esa cota de malla salpicada de barro, de esos pantalones deshilachados llenos de jirones, de la cara tiznada o del humeante olor a cerrado de quienes vivieron en aquella época? Traité confirma que “la gente del medievo se ensuciaba mucho y tenía grandes desafíos higiénicos”, y que “de una batalla no llegaba nadie limpio”, aunque “lo que no muestran las películas es cómo se lavaban después, al llegar a casa. Cómo se limpiaban por partes o cómo se sumergían en baños, cómo limpiaban atuendos y armaduras”. Adiós al mito.

Autores libro Edad Media.
Javier Traité y Consuelo Sanz de Bremond, a la derecha, han dedicado cuatro años a investigar cómo eran los olores en la Edad Media.

Sanz de Bremond va más allá y asegura que “higiene medieval” no es un oxímoron. “La higiene forma parte integral de la sociedad y la psique medieval aunque, obviamente, no en los mismos términos que nosotros; ellos no conocían el efecto de los microorganismos”. En otras palabras, eran limpios pero hay que tener en cuenta el contexto. No se puede comparar la higiene de ahora con la de hace 600 años.

El cine desvirtuó la verdad

¿De dónde viene, pues, ese falso mito de la suciedad medieval? “El cine tiene mucha culpa”, aclara Traité. “A partir de los años setenta y ochenta, el séptimo arte empezó a mostrar cada vez más a la gente de la época con las calles más guarras posibles, colores grises y caras tiznadas por defecto”. Por tanto, habría que pensar que los niveles de higiene serían similares en la Edad Media que en la Edad Antigua de las grandes civilizaciones de Roma y Grecia, “porque los problemas eran parecidos y tenían el mismo paradigma médico-sanitario”, asegura. Eso sí, con ciertas novedades. En la Edad Media se consolida y populariza el jabón, las letrinas dejan de estar junto a la cocina y salen al patio, y aparecen cubículos en las letrinas. ¡Eso es, por fin tienen privacidad a la hora de hacer sus necesidades! Eso sin contar con que, según la investigación, muchas ciudades empezaron a experimentar distintas normativas y sistemas de limpieza urbana, que seguro que en más de un caso mejoraron la limpieza urbana romana.

El jabón se popularizó durante la Edad Media y las letrinas dejaron de estar junto a la cocina

Y todo esto nos lleva al fin de otro mito. No se produjo ningún retroceso, al menos higiénico, tras la caída de Roma. “Desde el Renacimiento se implantó esa visión; y luego, la ilustración y el racionalismo, en su lucha contra la Iglesia y la religión, demonizaron ese milenio tan ‘de la Iglesia’ como una época de superstición”, afirma Sanz de Bremond. “A nivel de higiene, al desaparecer las grandes termas, mucha gente cree que se abandonó el baño, cuando no es así. ¡Ni siquiera se acabaron los baños públicos! Solo cambiaron de formato”, añade.

A nivel colectivo, la sensibilidad por la salud en la Edad Media también aumentó considerablemente. De hecho, Sanz de Bremond recuerda que “con mayor o menor éxito, por toda Europa se fueron creando legislaciones de limpieza, pagando a personal que se encargara de ello, pavimentando las calles, invertido en baños públicos y hospitales, y, en resumen, cuidando el entorno para vivir mejor”.

El libro dedica algunos apartados a la importancia del estiércol. Los campesinos necesitaban excrementos para abonar sus campos. “Para nosotros, una prenda de ropa no tiene mayor importancia, ¡pero para ellos era valiosísimo! Y el excremento, pues claro, en la ciudad es un residuo, pero en los campos es la clave para las buenas cosechas y que no se mueran tus hijos de hambre”, asegura Traité. En materia de reciclaje, el autor también insiste qué podemos aprender de nuestros antepasados: “¿Cuánto excremento válido desaprovechamos hoy, en mitad de una crisis de fertilizantes? ¿Cómo es posible que estemos creando una montaña de ropa tirada en el desierto de Atacama? La abundancia industrial es un cáncer que está llevando al planeta, y, sobre todo, a nuestra sociedad, a límites que serán muy difíciles una vez traspasados. Sin duda podemos aprender de épocas de escasez material”, avisa.

En definitiva, quizás a cualquiera de nosotros, ciudadanos del siglo XXI, nos resultarían muy agresivos algunos o muchos de los olores del pasado. Pero, del mismo modo, un ciudadano de la Edad Media tampoco llevaría bastante bien pasearse por una de nuestras ciudades, de olor a humo, gasolina y contaminación.

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